La vuelta a la normalidad tras la pandemia no fue tal: dejó un arrastre de posiblemente 100.000 muertos en España, probablemente porque las cifras exactas nunca las hemos sabido, el Gobierno no las ha hecho públicas y los dos institutos, el de Salud Carlos III y el de Estadística, ya en este año 2022, dejaron de emitir sus dictámenes. En todo caso: la Covid se ha quedado entre nosotros como un enojoso bichito que ataca por doquier pero que ya es menos mortal que en los peores momentos de la infección generalizada. En España se le empezó a hacer menos caso porque aquí la actualidad política y social marchaba por otros derroteros, por ejemplo, por la crisis tremenda del Partido Popular que estuvo a punto de llevar a esta organización a la Unidad de Cuidados Intensivos. Pablo Casado, no se sabe por quién aconsejado, se lió la manta a la cabeza en una lucha desigual con la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a la que acusó directamente de corrupción, y el rifirrafe terminó con los huesos del hasta entonces presidente del PP fuera de la política. Se fue el hombre en el Congreso Extraordinario de Sevilla con una cierta gallardía, manifestado que «somos capaces de superar las enemistades y fracturas». Inmediatamente, llegó desde Galicia el ansiado Feijóo y la crisis se cerró, no sin antes que el nuevo jefe de los populares hiciera una revolución en la que, sin aspavientos, no dejó títere con cabeza en la nueva dirección del partido.
El centroderecha respiró tranquilo y se ocupó de las trascendentes cosas que pasaban en la política doméstica. El Gobierno le echó una mano a los nuevos gerifaltes de la oposición con la aprobación de una Ley, la del sí es sí, que causó un escándalo monumental en toda España. El ala comunista del Ejecutivo, al mando de la ministra de Igualdad, Irene Montero, se empeñó en sacar adelante una norma que desde el principio fue acogida con enorme resistencia, incluso desde el sanchismo, que ya preveía que su aplicación iba a producirle un enorme disgusto. Y en efecto, así fue, porque los jueces, según confesión corporativa, no tuvieron otro remedio que ajustarse a lo aprobado en las Cortes y dejar en libertad a la peor ralea de delincuentes sexuales que se haya visto. También en este terrible asunto los datos bailan; nadie se pone de acuerdo, pero la estimación era que 108 condenados por delitos sexuales se habían beneficiado de la Ley. Fue el peor momento para la gobernación de Sánchez al que, además, se añadió la ruptura del grupo comunista con una Yolanda Díaz que aprovechó la coyuntura para presentar su propia alternativa: Sumar.
No planteó, sin embargo, su candidatura a las dos elecciones que se produjeron sucesivamente en Castilla y León y en Andalucía. En la primera de las regiones el PP ganó apretadamente por un 31,4 por ciento frente al 30,5 del PSOE y el presidente electo, Fernández Mañueco, no tuvo más remedio que entenderse con Vox, con el que constituyó el primer Gobierno de coalición de la historia de los conservadores en España. En Andalucía, las cosas le fueron rematadamente bien al candidato Moreno Bonilla, Juanma ya para el público en general, que venció por mayoría absoluta y dejó franco un panorama político en el que desapareció definitivamente Ciudadanos, la esperanza liberal de muchos electores, que se quedó literalmente en las raspas.
El país, su economía, transitaba a la sazón por vericuetos preocupantes, la lucha contra la inflación no daba tregua y el IPC se anunció en un porcentaje aterrador: el 10,2. El Gobierno, estremecido por las cifras, tiró de chequera, el movimiento más fácil para un Ejecutivo en este tipo de trances, bajó el IVA menos de lo necesario y subvencionó hasta la disparada gasolina, de forma que los usuarios recibieron una quita que perjudicaba -decían- a los propios empresarios que, sin embargo bastante tenían entonces con aplicar la nueva reforma laboral, un pequeño remedo de la aprobada por el Gabinete de Rajoy, y cuyos efectos se temieron que perjudicarían notablemente a la creación de empleo, algo que al final no se ha retratado con la suma gravedad que se supuso. Aunque, desde luego, hubo un sector que se puso de patas contra el Gobierno; fue el de los transportistas, que en marzo se apuntaron a una huelga general que, durante días colapsó las carreteras y causó el desabastecimiento de muchos comercios, singularmente los de alimentación. Los profesionales camioneros no se aguantaron con la excepción ibérica que Sánchez había conseguido en Bruselas y complicaron la nueva normalidad que había acrisolado el Gobierno.
Un concepto que saltó por los aires no solo en España sino en todo el mundo cuando a Putin se le ocurrió invadir Ucrania para recuperarla para la renacida Gran Rusia que él pilotaba con la intención declarada de oponerse al diablo de Occidente. España apoyó a las víctimas de la agresión, pero de nuevo se produjo una fractura notable entre los dos socios del Gobierno, un enfrentamiento que aún dura y que hace del Ejecutivo de Sánchez una anomalía en el seno de la Unión Europea.
Y otra anomalía sufrió nuestro país que, en pleno mayo, padeció un nuevo tsunami migratorio; cientos de africanos sin horizonte vital llegaron a Melilla y en la operación se produjo una auténtica desgracia: 27 muertos y 77 heridos. Resultó ser una tragedia que el pueblo digirió peor que bien, sobre todo porque de las 2.000 personas, la mayoría de procedencia sudanesa, nunca más se supo. Nos los quitamos de encima. Ya se ve que en España somos muy aficionados a olvidarnos de los grandes chascos nacionales en el momento en el que alteran nuestra normalidad.
Sin ir más lejos, la de la Corona. Don Juan Carlos, que había dejado clara su intención de residir permanentemente en Dubái, apareció fugazmente por España, por Sangenjo, para participar en una regata, y su breve estancia causó gran desasosiego tanto en la Zarzuela como en Moncloa. Don Juan Carlos, probablemente sin él quererlo, fue recibido con singular entusiasmo y tanto una Casa como la otra difundieron que «eso no es lo que se ha acordado». Textualmente. Aún así, padre e hijo, Felipe VI, mantuvieron una corto encuentro y el monarca emérito se marchó de nuevo a Dubái, desde donde regresa de vez en cuando.
Aquí, Sánchez se quitó la corbata en las Cortes como apuesta por combatir el cambio climático, pero, eso sí, descorbatado y todo, aprobó la Ley de Memoria Democrática, que causó, entre otras circunstancias, la salida del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, del Valle de los Caídos, como Franco.
En deportes, tuvimos dos noticias: una buena, la consagración de Carlos Alcaraz como el tenista número uno del mundo, y la mala, la estrepitosa eliminación de nuestro fútbol en el correspondiente Mundial. El volcán de Cumbre Vieja por fin se apagó, los independentistas se solazaron con la eliminación del delito de sedición y el apaciguamiento de la malversación, y en España entera nos asamos en aquel año, el más caluroso desde que se tienen registros. Y eso sí, otro récord, al final del ejercicio: el 90 por ciento de nuestra población quedó inmunizada contra la Covid. Ya no estábamos condenados a muerte.