Llevo unos días reflexionando sobre las manifestaciones llevadas a cabo en varias provincias españolas el pasado 8 de marzo por un grupo que se denomina "Mujeres de la Iglesia", que forma parte de un colectivo más numeroso que engloba a mujeres católicas de todo el mundo. Al parecer hay setecientos millones de mujeres católicas. Este grupo lo que reivindica es que las mujeres tengan "voz y voto" en el seno de la Iglesia.
Y pienso que, si bien el Papa Francisco ha hecho un esfuerzo por dar visibilidad a las mujeres en las estructuras de la Iglesia, los pasos dados son tímidos e insuficientes.
Que el Papa Francisco haya incorporado a algunas mujeres en el reciente Sínodo sin duda es importante, como lo es que haya nombrado a mujeres para algunos puestos relevantes dentro de la estructura del Vaticano, pero a estos pasos deberían seguirles muchos otros hasta convertirse en una caminata imparable.
El colectivo Mujeres de la Iglesia señala lo obvio: que las mujeres son mayoría en las acciones de voluntariado, en la catequesis pastoral, también son las que en mayor número acuden a las celebraciones religiosas, y las que están en primera línea trabajando en las numerosas acciones sociales de la Iglesia, también superan en número en los movimientos eclesiales, además de ser mayor el número de religiosas que de religiosos. Según he leído en una información publicada estos días atrás, en el Anuario Estadístico de la Iglesia del 2024 hay más mujeres religiosas que sacerdotes. Y así podríamos continuar enumerando lo voluminoso de la presencia de las mujeres en el seno de la Iglesia y, sin embargo, dicen desde este colectivo "somos las manos y el corazón de la Iglesia pero se nos niega la palabra, se nos niega tener voz y voto".
Esta es una penosa realidad a la que deberá hacer frente el Papa Francisco, si la salud se lo permite, y también los que en su día, espero que muy lejano, le sucedan al frente de la Iglesia porque me atrevo a decir que sin nosotras no hay Iglesia.
La realidad es que si las mujeres católicas hicieran una huelga de brazos caídos, la Iglesia se quedaría en estado de congelación, inmóvil, sin capacidad para hacer frente a todas las actividades que hoy desempeñan las mujeres. Es decir, si las mujeres católicas paran, la Iglesia quedaría embarrancada.
A la Iglesia le costó aceptar y reconocer las aportaciones de mujeres teólogas y ahora, fuerzas eclesiásticas conservadoras se resisten a que las mujeres puedan tener voz y responsabilidades dentro de la estructura eclesial igual que los hombres.
No hay ninguna razón para que las mujeres no puedan ser diáconos ni para que se les pueda negar acceder al sacerdocio.
A los mandamases del Vaticano se les olvida que Jesús tuvo "discípulas" y que las mujeres formaron parte de quienes le siguieron dejándolo todo.
Sí, el Papa Francisco ha entreabierto la puerta, pero ahora,( ojalá se recupere pronto), tiene que abrirla del todo. Las mujeres no pueden esperar otros dos mil años a que se reconozca su papel y aportación a la existencia y subsistencia de la Iglesia, una organización machista y patriarcal donde las haya, cuya estructura tiene poco que ver con el mensaje de Jesucristo.