Los maestros de la desinformación, de la manipulación y del relato que tergiversa la realidad de las cosas intentan ahora combatirla en los medios de comunicación. Parece una broma, una tomadura de pelo, que Pedro Sánchez pretenda abanderar cualquier regeneración democrática, desde la mentira y la falta de transparencia.
No merece la pena insistir en que 'la mejor ley de prensa es la que no existe', pero sí recordar a los inspiradores de esta improvisada campaña contra los medios de comunicación, que ejercen su función fiscalizadora de las actuaciones del Gobierno, que existe un Código Penal que tipifica los delitos contra el honor, protege el derecho a la intimidad y ofrece distintas herramientas de defensa a los ciudadanos que se consideren víctimas de injurias y falsedades. Si por Sánchez fuera, también 'la mejor oposición es la que no existe'.
El Plan de Acción Democrática, como tantos otros planes, es probable que acabe en la papelera, si nos atenemos a la aritmética parlamentaria, pero pone de manifiesto su principal objetivo: amedrentar a los periodistas. Meter el miedo en el cuerpo a los medios más críticos; a los periódicos ('tabloides digitales' o 'pseudomedios') que denuncian las malas prácticas de Sánchez y dan cobertura a los procedimientos judiciales que afectan a su familia. En definitiva, silenciar a quienes ejercen la libertad de informar sobre hechos reales, que nadie ha desmentido.
Cuando al líder de la oposición se le ocurrió hablar de censura en el Congreso, subrayando que desde Franco no se veía una cosa así, algunos le recordaron la Ley de Prensa de Manuel Fraga, publicada en 1966. Entonces, Feijóo tenía cinco años. Los mismos que acusan a la derecha de involucionista y reaccionaria, deberían aplaudir que su líder defienda el derecho de los ciudadanos a una información libre. Porque, en democracia, los medios de comunicación tienen la obligación de fiscalizar y de ejercer un contrapeso al gobierno de turno. Otra cosa es lo que pueda opinar Feijóo, si un día gobierna.
Da la impresión de que en el discurso de la izquierda sólo caben las referencias a Franco y a la dictadura cuando hay elecciones. Dan por hecho que usar el comodín de Franco estimula el voto de izquierdas. Anima a los indecisos a votar contra la derecha. La amenaza de los 'herederos del franquismo' se ha convertido en un mantra. Da lo mismo que sus dirigentes defiendan la Constitución y hayan nacido en democracia. Aunque denuncien los abusos del poder y pidan, desde la oposición, explicaciones al Gobierno sobre actuaciones semejantes a las de etapas felizmente superadas, siempre serán unos fachas.
Si lo que realmente se pretende es lograr una regeneración democrática – que Juan Luis Cebrián denominaba hace unos días 'degeneración democrática' – hay que denunciar los viajes oficiales del exministro de Transportes, Luis Ábalos, con Jesica, su compañera sentimental, pedir explicaciones sobre las supuestas irregularidades de los negocios de la mujer del presidente y exigir que se conteste a las preguntas formuladas al Gobierno por los distintos grupos parlamentarios, en lugar de atacarlos. O, simplemente, hacer públicos esos acuerdos firmados con el independentismo catalán para poder seguir en la Moncloa. El Plan de Acción Democrática es pura propaganda.
¿Cómo va a luchar contra la desinformación un Gobierno acostumbrado a propagarla?