Hay un momento en la historia de la Humanidad, y en la de España, en la que se produce un cambio absoluto y radical del que somos nosotros los protagonistas. Dejan de ser, como habían hecho desde siempre, los demás los que vienen a viajarnos (que por aquel entonces era también invadirnos) sino que somos nosotros los que nos podemos a recorrer y a todo lo demás también, claro. Todo fue gracias a unos viajeros cuyas hazañas cambiaron por completo al mundo y la percepción que de él teníamos. De entrada, descubrimos no solo un nuevo continente sino también el océano más grande del planeta, exploramos y atravesamos el uno y el otro y circunnavegamos el Globo. Y, además de muchas otras cosas, le dijimos al mundo que la Tierra era mucho más grande de lo que se creía, más del doble. Porque lo de que era redonda ya por entonces los sabios sí que lo sabían. Y desde haca mucho, en concreto desde los griegos, pero nadie le había dado la vuelta y comprobado que era muchísimo más grande de lo que se pensaba.
Fuimos los españoles los principales protagonistas, pero sin perder de vista a nuestros vecinos y parientes portugueses que no eran mancos. De entrada nos ganaron la carrera de las especies, logrando circunvalar África, doblando el Cabo de Buena Esperanza y llegando a la India, a la de veras, a Calcuta, para reiniciar por mar la ruta de las especias, cortada por tierra por los otomanos tras apoderarse de Constantinopla. El clavo, la mostaza y la canela valían fortunas y se hicieron riquísimos. Nosotros nos tuvimos que conformar con el oro y la plata de Las Indias, que resultaron ser América, y construimos un imperio replicando a España por medio mundo.
Los nombres de todos aquellos son hoy historia de la Humanidad. Colón, los Pinzón, Juan de la Cosa, Américo Vespucio, Vasco Núñez de Balboa, Cabeza de Vaca, Orellana, Coronado, Oñate, Magallanes, Juan Sebastián Elcano, Urdaneta, Legazpi, Quirós, Mendaña, Isabel de Barreto, Malaespina y otro centenar de nombres, échenles un vistazo y quédense bizcos, pues son parte de un elenco como ninguna nación ha tenido. Pero en vez de presumirlos y enaltecerlos como debiéramos los ignoramos y arrinconamos en el olvido. Y hasta incluso los despreciamos y vituperamos.
Al leer algunos resalta también otra evidencia: No eran españoles de origen, en efecto. Pero sí quisieron serlo por propia voluntad y deseo. Porque hay otro elemento esencial y que, entonces y hoy, es una constante humana. El imperio, la hegemonía, la prevalencia de una nación atrae siempre y sigue atrayendo, al talento. España lo fue y aquí buscaron su cobijo y su impulso los mejores, los que querían aprovechar su potencia y sus posibilidades. El genovés Colon, dijo serlo él mismo y lo corroboraron sus hijos. Y no voy yo a refutar al Almirante, el veneciano Vespucio. Fueron españoles de pleno derecho. También lo quería ser a toda costa Magallanes. Lo hubiera sido de no haber perecido en su empeño, que nunca fue dar la vuelta al mundo sino ir y volver por América. Lo otro, lo que nadie había hecho y además le tenían prohibido porque tenía que pasar por territorio portugués, quien lo pensó y consiguió fue Elcano.
Pero no solo fueron grandes cartógrafos, navegantes, militares, embajadores de todos los confines de la Tierra los que vinieron. También lo hicieron los artistas, arquitectos, pintores, inventores y, por supuesto, comerciantes y financieros. A la corte española y a su rebujo se acercaron los grandes pintores italianos, flamencos y griegos. El poder, que también es el prestigio y el dinero, es un imán poderoso. Dense una vuelta por el Prado y lo comprobaran in situ. Miren quién pintaba a Carlos V a caballo o el entierro del Conde Orgaz en Toledo.
España fue durante aquellos siglos XVI y XVII la mayor potencia del mundo, el mayor imperio, la Corte a la que peregrinaban todos. Imponía su ley en la tierra con sus tercios y en el mar con sus galeones. No se crean los cuentos y películas de que los piratas siempre ganaban los combates. Eran asesinos que asaltaban en tiempo de paz poblaciones indefensas y desguarnecidas y que solían acabar colgados. Incluso el mismísimo Drake fue tirado al mar por los suyos en un ataúd de plomo frente a Portobelo (Panamá), para salir después huyendo. Mejor lean quien fue en verdad invicto: Álvaro de Bazán y cual fue el epitafio que le dedicó Lope de Vega:
El fiero turco en Lepanto /
en la Tercera el francés /
y en todo el mar, el inglés /
tuvieron al verme espanto.