Hace unos años, el dicho de ¡Hasta luego, Lucas! fue común, divertido y simpático. Su origen es lo de menos, pues el topónimo Lucas se hizo familiar, incluso aumentaron los niños con ese nombre, cosas de la vida.
Ahora lo traigo a colación por varias razones. Tal vez en estos tristes momentos de pandemia, sean necesarios recordar encuentros y desencuentros sentimentales, intentando reflexionar para darle mayor importancia al peligro que debe suponer el riesgo de muerte dentro de una Covid-19 que sigue causando estragos, generando incertidumbre, desconocimiento y duda; y también, el sentimiento de culpa, causa o desasosiego que siempre arrastran estas situaciones confusas.
Y es que esta mañana la palabra Lucas ha sido providencial cuando he tenido la suerte de escuchar una de las más bonitas canciones de la cantante Luz Casal, esa maravillosa y singular voz, que nos trae siempre el amor y desamor, la balada triste y el verso alegre, la canción fugaz y el momento perenne, la belleza del cielo y la fealdad del mundo y así, un sinfín de maravillosas composiciones en una voz peculiar y personal a la que tanto admiro.
Es la conmovedora historia de ‘Lucas’, una canción más allá de la muerte, rindiendo homenaje a un niño cuya muerte prematura trajo la pintoresca acción de una niña, amiga del pequeño, que nunca dejó de escribirle su carta y dejarla en la tumba, en ese intento de vencer a la muerte contándole cómo le iba la vida a ella y sus compañeros de colegio. Macarena, como era el nombre de la pequeña, sirvió de inspiración a Luz, porque dieciséis años más tarde, la madre de Lucas de nombre Mar, tuvo la idea de contar esta bonita historia en un libro y al ponerse en contacto con Macarena, violinista de profesión, pudo hacer realidad aquel bello gesto, trayendo a Luz Casal esta bella historia cuya anécdota completaría el mismo hecho de que Macarena fuese sobrina de la cantante.
Y yo la traigo aquí, ahora en tiempos difíciles y tristes, por ser esta historia de amor que tiene un final lleno de esperanza. Otra nueva esperanza que también nace del dolor. «Un tiempo después de conocer la historia, la madre de mi sobrina tuvo un percance físico», cuenta Casal. «Cuando fui a verla al hospital estaba muy grave, pero incluso con la cara deformada y sin apenas poder hablar, me dejó claro lo que quería decirme. Había visto un túnel, y al final una luz. Y allí estaba Lucas, para pedirle que le dijera a su madre que estaba bien».
Por eso, me gusta y mucho la palabra ‘Lucas’, nombre también del perro de mi amigo Carlos Huerta, su fiel amigo, su compañero de viaje, de paseo, de sofá y de esperanza en un mundo mejor, donde la amistad pueda rendir el homenaje a quienes lo merecen o merecemos, al mantener sin hierba ese camino porque lo debemos pisar con frecuencia; o tal vez, ese precioso niño de mis vecinos Bea y Michel, de nombre Lucas, alegre, divertido, locuaz y travieso, ahora con hermanita, a la que le rinde ese deseo de compartir con ilusión y esperanza de ser un día mayores dentro de un mundo donde vuelva la risa, la alegría del vivir, el encanto de la sencillez en familia, compartiendo amor, siendo solidarios y haciendo de nuestro caminar vital, ese mundo que merecemos por ser «gente de bien».
En estos tiempos que corren, donde la incertidumbre y el miedo ocupan la parte del sentimiento oscuro, es más necesario que nunca, saber afrontar con lógica la capacidad del cumplimiento ciudadano para incardinar entre todos, el efecto «solidaridad, amor, respeto y esperanza».