En la Biblioteca Regional, donde se producen sucesos que afectan a la cultura, a la historia, a la sociedad, y a la ciudad, comparecieron, en un salón a rebosar, Jorge Miranda y Joaquín Sánchez Garrido para recordarnos una de las maldiciones que persiguen a los godos. Los visigodos, fueron un pueblo que llegó la Península Ibérica en el siglo VI y gobernaron un territorio parecido al actual durante casi trescientos años. Trajeron sus costumbres, adoptaron las de los romanos, dieron forma a un reino, crearon leyes, organizaron la administración, dieron cuerpo al derecho, a la religión, a las artes, a la sociedad y la economía de la época. Y por la maldición que parece perseguir a este pueblo se hundieron en las sombras ante la aparición de otros pueblos a los que ellos mismos con sus intrigas y maniobaras habían abierto las puertas. Los godos ocuparon el espacio del imperio romano y establecieron la capital de su reino en Toledo. Se estableció la corte, fortificaron murallas, construyeron palacios, iglesias, viviendas y varios de sus reyes, aclamados en asambleas nobiliarias, murieron envenenados y el resto destronados (el morbo ghotorum) hasta el desmoronamiento final.
Jorge Miranda y Joaquín Sánchez Garrido se han lanzado al proyecto romántico de proporcionar un lugar de enterramiento digno a los restos de dos de aquellos reyes que (se cree) pertenecen a Recesvinto y Wamba. Un ejercicio simbólico en una sociedad del espectáculo en la que, al parecer, este impulso no encaja. El planteamiento es lo suficientemente revolucionario en su nimiedad cómo para que abramos los ojos a nuestra propia historia. Su gesto mínimo, su tenacidad inacabable cuestiona nuestras relaciones con la historia, anula multitud de discursos falsos. Nos emocionamos con las momias de otras civilizaciones, nos encandilan los gladiadores maquillados por Hollywood, nos colgamos con los juegos de tronos de dinastías ficticias, y aquí, que poseemos una historia tan convulsa, violenta y apasionante como la de cualquier otro país o ficción, nos da pereza buscar un espacio en el que las cenizas de unos reyes visigodos dispongan de un lugar de memoria. A ello se suma, como una prueba más de la desidia y despreocupación por la historia de este pueblo, que en las Vegas de Toledo aún permanezcan, deseando ser descubiertos, los restos petrificados de estos godos que nos contarán escenas autenticas de su vida real.