La Misa de la Virgen de los Llanos hizo pequeña a la Catedral

E.F
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El templo se abarrotó de fieles que querían asistir a la ceremonia presidida por el administrador de la Diócesis, Julián Ros, y en el que hubo un momento para recordar al ex alcalde de Albacete, Manuel Pérez Castell, recientemente fallecido

La Santa Iglesia Catedral se quedó pequeña. - Foto: A.P.

«Cómo quieres que haga sitio, Mama», protestaba una hija a la puerta de la Santa Iglesia Catedral, «si no hay sitio, aquí ya no cabe nadie, ni aunque empujes».

No era una exageración, porque lo que cierto es que una multitud de fieles y creyentes de todas las edades se dio cita en la Catedral de Albacete parar celebrar ayer la Misa Estacional en honor de Nuestra Señora la Virgen de los Llanos.

Presidida por el administrador de la diócesis, Julián Ros, la ceremonia fue un continuo recordatorio del doble carácter de la Feria de Albacete, a la vez profana y multitudinaria, sagrada e íntima.

En la homilia, el oficiante tuvo buen cuidado en recordar que la Capilla de la Virgen en la Feria, donde estará hasta el 17, es un «remanso de paz» y de recogimiento en medio de la barahúnda.

También tuvo un recuerdo para el que fue alcalde de la ciudad, Manuel Pérez Castell, fallecido hace poco, de quien recordó una anécdota que protagonizó con el obispo de la época.

«Recuerdo que el entonces obispo, Francisco Cases, le reconoció la sana envidia al ver cómo el alcalde tenía el privilegio de llevar en brazos a la Patrona», recordó.

Las lecturas. En cuanto a las lecturas seleccionadas para la ocasión, la primera correspondió al profeta Miqueas, quien profetizó la venida de Jesús 800 años antes de su nacimiento.

«Y tu, Belén de Judea no eres la más pequeña entre las principales ciudades de la tierra, porque de ti saldrá un gobernante que guiará a mi pueblo Israel», anunció.

Siguió la Carta a los Romanos del apóstol San Pablo y, tras ellos, el inicio del Evangelio de San Mateo, en el que se enumera con una larguísima letanía la genealogía de Cristo, desde del mismísimo Abraham a José, su padre terrenal.

Por lo demás, la ceremonia, a la que asistieron todas las autoridades civiles, militares y religiosas, se desarrolló con una sola dificultad, la práctica imposibilidad de moverse en el interior del templo.

No obstante, la Misa no se hizo especialmente incómoda a los creyentes, pues una suave y fresca brisa recorrió la nave principal del templo durante casi toda la celebración religiosa.

Sólo al final, cuando se aproximaba el momento de la comunión, se escuchó el rítmico aleteo de los abanicos, un suave rumor de fondo que ya es un clásico de todo gran acontecimiento que se desarrolle en la Catedral.