Siete años después de la disolución de la banda terrorista, todavía quedan más de 300 atentados sin resolver, y persiste la incógnita de la cifra exacta de heridos, ya que no todos han sido reconocidos como víctimas. Según los datos del Ministerio del Interior, la barbarie de ETA dejó un reguero de 2.658 damnificados.
Son las víctimas más olvidadas de una lacra que azotó a la sociedad durante cuatro décadas. Entre el primer asesinato, del guardia civil José Antonio Pardines el 7 de junio de 1968 hasta último, el gendarme francés Jean Serge Nerin el 16 de marzo de 2010, la banda dejó un reguero de sangre de 856 muertos, al menos 2.658 heridos y 86 secuestrados. Las cifras de la barbarie son demoledoras, y lo serían aún más si se conociera el dato real de heridos a causa del terrorismo.
Sin embargo, solo se han contabilizado los reconocidos por la Administración, en un proceso que requiere que el afectado lo solicite y aporte pruebas que lo corroboren para poder acceder a las ayudas económicas, médicas y psicológicas que establece la ley.
Pero no todas las víctimas, especialmente las de atentados perpetrados en los años 70, han sido reconocidas. En unos casos, por desconocimiento de la ley, otros, porque han fallecido y otros, porque no han guardado pruebas.
Un silencio doloroso
Uno de los ejemplos que pone de manifiesto ese doloroso olvido de las víctimas es el atentado de la cafetería Rolando de Madrid, del que ya se han cumplido 50 años. El 13 de septiembre de 1974, el céntrico establecimiento madrileño se convirtió en el escenario de la masacre. Una pareja de jóvenes franceses se sentaron en una mesa en torno a las 14,00 horas, y para desviar la atención y alejar al camarero, la mujer fingió un mareo y pidió una infusión. Cuando el camarero fue a prepararla, la pareja abandonó el local dejando una maleta-bomba bajo la mesa. Poco después se produjo la explosión que acabó con la vida de 13 personas y dejó 70 heridos. De estos últimos, solo 13 se contabilizaron como víctimas.
Este atentado no es una excepción en cuanto a los heridos que forman la lista de grandes olvidados. Otro ejemplo se encuentra en el ataque contra el hotel Port Denia (Alicante), del que se cumplen este año dos décadas. Aquel 30 de enero de 2005 se hospedaban 190 personas en el hotel, que pudieron ser desalojadas al recibir una llamada de aviso de la banda terrorista. Aunque el establecimiento fue evacuado y no hubo que lamentar fallecidos, dejó cuatro damnificados.
Estos casos figuran en la investigación de Gaizka Fernández y María Jiménez, bajo el título Un rastro de sangre: la historia de ETA a la luz de los heridos que causó.
Entre las razones que explican esa falta de reconocimiento se enmarca, lamentablemente, el hecho de que «casi nadie, salvo sus allegados, se acuerda de los heridos».
Entre los casos excepcionales que han logrado romper ese silencio destaca un nombre: Irene Villa, icono de la lucha contra el terrorismo, del que fue víctima con solo 12 años. La mañana del 17 de octubre de 1991, cuando se dirigía al colegio con su madre estalló la bomba que ETA había colocado bajo su coche. Las dos sufrieron graves secuelas: Irene perdió las piernas y tres dedos de una mano y su madre, una pierna y un brazo. Este ataque que pudo costarles la vida prescribió hace más de una década sin que los culpables hayan sido identificados.
En la acción terrorista contra Irene Villa y su madre, ETA utilizó el método del coche bomba, que comenzó a emplear a mediados de los 80. Durante la Dictadura y la Transición, la banda terrorista usó métodos más selectivos como las armas y dirigió sus ataques contra agentes de las Fuerzas de Seguridad del Estado y militares. Con la introducción del coche bomba, se disparó la cifra de heridos, especialmente civiles. Esta dinámica se acentuó en la conocida como la etapa de socialización del sufrimiento (1995-2011) cuando los objetivos se centraron en políticos, periodistas o jueces.
Fue entonces cuando la kale borroka se activó aún más, hasta el punto de que los años 2008 y 2009, se contabilizaron 176 y 173 heridos respectivamente.
Según se desprende de la investigación, los atentados con mayor número de víctimas fueron los perpetrados contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Burgos el 29 de julio de 2009, con 168 heridos, y contra la Universidad de Navarra el 30 de octubre de 2008, con 103.
A través de este estudio, los autores han podido vislumbrar la relación directa entre la evolución de la estrategia de ETA y las secuelas físicas y psicológicas que provocó.
Más allá de las cifras
Antes del asesinato del agente Pardines, ETA ya había acometido ataques, cuyas víctimas tampoco figuran en el listado oficial de heridos. La primera acción terrorista de la que hay constancia data del 6 de diciembre de 1963 -un maestro de Zaldívar (Bilbao) al que apalizaron- y la segunda del 22 de febrero de 1964 cuando dos miembros de la banda atacaron a un guardia civil en Sestao. Sin embargo, el primer herido reconocido oficialmente fue un agente de la Benemérita atacado el 6 de junio de 1965 cerca de la frontera francesa. En su caso, tuvo que esperar 41 años para ser reconocido como víctima en 2006.
El segundo herido que forma parte del registro del Ministerio del Interior fue un guardia civil, que estaba retirado cuando sufrió el ataque contra el cuartel Fuenterrabía (Guipúzcoa) en 1969.
En esa misma época hay otros atentados cuyas víctimas no han sido reconocidas como tales, como una niña de cinco años y su hermana de 10 meses, lesionadas en el crimen de 1973 que acabó con la vida del entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco.
Aunque la cifra real sea superior, el balance de 2.658 heridos da sobrada muestra del horror y la sinrazón del terrorismo. Más allá de los reconocimientos, la sociedad puede saldar su deuda con las víctimas con la verdad, para que no se difumine o manipule lo ocurrido porque quienes no conocen su historia están condenados a repetirla.