Hay que ver cómo son las cosas. Cómo se cuentan y cómo suceden. Cómo se manipula la opinión, cómo se engaña a los ciudadanos. En los primeros meses del año pasado el PP sacaba a sus militantes y simpatizantes a la calle para protestar por la amnistía que el gobierno preparaba. Entre los gritos y consignas sobresalía la petición de prisión para Puigdemont. «Puigdemont a prisión» imagino que se hacía por la rima fácil, aunque en estos asuntos la derecha suele ser poco poética. A Puigdemont se la acusaba de atentar contra la sagrada unidad de España de la dictadura. Aún mucha gente no se ha enterado que la España de la dictadura fue enterrada por la Constitución de 1978 y que organiza una España distinta a la de Franco. Convertido Puigdemont en el gran enemigo de España - antes habían sido otros del País vasco - había que odiarle y verle como un monstruo a lo que él se presta por su innegable capacidad para la escenografía truculenta. Sus huidas de España son de chiste, de esperpento. También se subían al carro de la satanización los discrepantes de Pedro Sánchez de su propio partido. Hablaban del delincuente Puigdemont, nada confiable y en cuyas manos se ponía el gobierno de España. Los socialistas de Sánchez habían entregado los destinos de España Puigdemont y a los batasunos cuando formó un gobierno contra la derecha del PP y Vox. Un año después ya nadie habla de esto, salvo alguna cosita que se deja caer para engatusar al personal. Y es que en algunos lugares de España, manifestarse anticatalán o antivasco aún remueve patriotismos de la dictadura. ¡Hay que ver cómo son las cosas!
Durante aquellas manifestaciones se aprobó la ley de amnistía. Esta parece que funciona sin excesivos traumatismos, aunque los jueces retengan la situación de Puigdemont y le obliguen a residir en Bélgica, creando así un escenario chusco y groseramente surrealista. España sigue creciendo en su economía por encima de otros países, la inflación se ha controlado, se contemplan unos índices de empleo como en lo mejores momentos de 2008 y los afiliados a la Seguridad Social se mantienen en números muy aceptables. Y en el PP cada día se incrementan los mensajes dirigidos hacia Puigdemont para poner un moción de censura a Sánchez, sueño húmedo del PP en venganza por aquella moción de censura de Sánchez contra Rajoy, quien en un alarde democrático se ausentó del Congreso cuando se debatía la moción. ¡Hay que ver como entienden algunos la democracia!
Para derribar al gobierno de Sánchez ya en el PP no se pide su prisión, sino su apoyo. La unidad de España no corre peligro. Incluso se buscan los puntos de contacto entre el partido de Puigdemont y el PP en el terreno económico- siempre a la derecha – o en la endemoniada cuestión de la emigración. Y cómo por aquí las cosas son así, nadie explica este cambio tan radical en un año. Nadie se siente en la obligación de decirles a los españoles cómo es posible pasar de pedir la prisión para un personaje a pedir su apoyo para derribar un gobierno y encaminar al país hacia unas nuevas elecciones. Es más, hasta la solidaridad reclamada en el reparto de fondos para las Comunidades autónomas parece que paliará las desigualdades apocalípticas que en su momento se anunciaban. Y es que las cosas, en política y en otros ámbitos, nunca suelen ser cómo parecen ni cómo se dicen. Ahora, en tiempos de filosofía estoica, los ciudadanos debieran aprender que el raciocinio debe primar sobre las emociones Y que las emociones solo agitan consignas y buscan enemigos que dejan de serlo unos meses después.