Y apareció Pedro Sánchez en el palco del partido de cuartos de final entre España y Alemania, en medio de la euforia que trasmiten los jugadores de esta selección española de futbol, con el juego sorpresivo en la calidad de los futbolistas que casi no conocíamos porque la mayoría militan en ligas extranjeras, con el desparpajo juvenil, descarado y vertical de esta España de Rodriguez, de Nacho, de Carvajal, de Dani Olmo, de Lamine Yamal, de Nico Williams, de Cucurella o de Fabián. De todos. "Ya nos ha gafado", pensé cuando vi a Sánchez, cayendo luego en mi error al recordar que este tipo tiene una flor en el culo.
Lo que más preocupa a los españoles esta semana, lo que interesa de verdad, por encima de cualquier insignificancia concurrente en el devenir político de España, es que una vez más la selección española de futbol vuelva a ganar la Eurocopa. En el partido contra Alemania, precisamente cuando nos encontrábamos más alienados y perdidos en nuestro subconsciente futbolístico y mitológico, en plena enajenación mental de nuestra personalidad, engullidos por el olvido pasajero de la amnistía a los golpistas independentistas, la guarrada del Constitucional en los ERE de Andalucía, la imputación de Begoña o la desorientación de nuestra verdadera realidad económica, llegó esa mano no mano de Cucurella y por unos segundos, con el riego del penalti y nuestra subsiguiente y posible eliminatoria, creímos regresar al estado catatónico del absolutismo de nuestra realidad más cotidiana. Pero no, la mano de Cucurella no fue mano porque Sánchez estaba allí, no lo olviden.
En todo caso, independientemente de lo que hagamos el domingo, ya quisiéramos para nuestro Gobierno, para nuestras instituciones democráticas, agotadas y pervertidas, un sistema de reformas y medidas efectivas que, como este equipo de fútbol, colocara de nuevo a España en primera línea mundial. Un equipo excelente, efectivo, luchador y trabajador, que se preocupara por el triunfo colectivo de todos y no por las parcelitas personales, lucrativas, ideológicas y de partido.
Que nada perturbe, pues, nuestro arrobamiento de paz, de éxtasis embelesado. Que nadie impida nuestro arrebato futbolero, el embrujo del residuo tribal y ancestral, que nos identifica con aquellos a quienes delegamos la defensa del honor del grupo, representándonos en el combate mitológico del balón. El fútbol como solución imaginaria al mito independentista.
Cada gol de España, finalmente, nos introduce en un estado de ánimo positivo, nos da confianza en la capacidad colectiva de abordar tareas para alcanzar los fines propuestos. El resultado final nos complace a todos, y los distintos aspectos de la actividad mental del individuo fluyen de forma armónica en el sistema límbico de la nación.
Al fin y al cabo, la felicidad no es más que una tregua de pequeños placeres.