Jerónimo Munzen: El primer gran viajero germánico

Antonio Pérez Henares
-

Al aventurero teutón le maravilló el Palacio del Infantado, en Guadalajara.

El austriaco Jerónimo Munzer, nacido en Feldkirch en el año 1437 y muerto en Nuremberg (Alemania) en 1508, bien podría considerarse el primer turista germánico en aparecer por aquí. Desde luego fue, sin duda, el primer gran viajero que quiso describir a sus contemporáneos lo que había visto en nuestro país y lo que más había admirado de él. 

Munzer había estudiado en la Universidad de Leipzig, donde se convirtió en Magister Artium y comenzó a dar clases allí al tiempo que estudiaba Medicina, lo que le llevó a trasladarse a la ciudad de Pavia (Italia) para doctorarse. Conseguido el objetivo, se estableció en la ciudad alemana de Nuremberg para ejercer como médico, convirtiéndose en uno de los personajes más destacados de la ciudad, tanto en el segmento intelectual como en el pecuniario, pues se dedicó también a los negocios -que le marcharon muy bien-, convirtiéndose en un hombre muy adinerado. Invirtió buena parte de su fortuna en una gran biblioteca personal y logró que le concedieran la nacionalidad alemana.

Una epidemia terrible de peste que amenazaba la ciudad le hizo partir hacia Italia. Aprovechó para visitar Roma, Nápoles y Milán. Fue el principio de su actividad viajera, pues al deseo de ir adquiriendo libros por los lugares que visitaba le entró el gusto por conocer y relatar cómo eran los lugares por los cuáles pasaba.

 Vuelto a Nuremberg y antes de venirse para España, ya se había dado un largo garbeo por los Países Bajos. Una nueva peste le sirvió de buen pretexto para volverse a marchar y, entonces, se decidió a visitarnos. Atravesó Francia y por Marsella, Arlés y Narbona se dirigió ya hacia la Península Ibérica. No viajaba solo, sino con tres jóvenes acompañantes, hijos de amigos suyos y exitosos comerciantes de Nuremberg como él.

 El viaje transcurrió a lo largo de los años 1494 y 1495. Lo primero que visitaron fue Barcelona, llegando también a los monasterios de Monserrat y de Poblet.

 Pero lo que más les impresionó fueron las ciudades y momentos que les tocó vivir en Andalucía. Llegaron a Granada tan solo dos años después de haber sido tomada por los Reyes Católicos. Era allí alcaide y capitán general Íñigo López de Mendoza, marqués de Tendilla y uno de los destacados del linaje Mendoza, considerado el más poderoso de Castilla tras los propios reyes. 

Munzer pudo contemplar la oración musulmana en la mezquita mayor y el Mendoza lo recibió vestido a la morisca en la Alhambra (de hecho el Tendilla fue el artífice de que se preservara al igual que sus jardines), lo asentó «sobre alfombras de seda» y lo agasajó con confituras musulmanas. Munzer amistó con él y a través suyo gozó de la hospitalidad de su poderosa familia.

 Prosiguió su viaje por Sevilla, donde supo de la llegada del Almirante Colón a las Indias y donde pudo ver con sus propios ojos un grupo de indígenas traídos desde allí. Se maravilló de dos monumentos: los Reales Alcázares y la Catedral, con su Giralda. Vamos, como hoy.

 Pasó después al reino de Portugal, donde se pudo reunir con el rey Juan III, quien lo invitó a un gran banquete en el que se le dio a conocer el éxito luso de haber logrado abrir la ruta portuguesa a la India de verdad, bordeando el continente africano, lo que iba a convertir al pequeño reino en el más rico de la cristiandad.

 Desde Portugal volvió a retornar a España para visitar el sepulcro del Apóstol Santiago, llegando a Compostela para bajar luego hasta el monasterio extremeño de Guadalupe. Desde allí marchó hacia Madrid, donde pudo reunirse con la reina Isabel y el rey Fernando, sus católicas majestades que se encontraban allí.

 Su siguiente parada fue Toledo, donde fue testigo del funeral y entierro del Gran Cardenal Mendoza, cabeza de su linaje, que había sido apodado incluso como el Tercer Rey de España. Describió el extraordinario emplazamiento de la ciudad, en «tres cuartas partes circundada por el Tajo», y la consideró de las ilustres y mejor fortificadas de España. «Sus murallas, construidas por los moros, son de una solidez extraordinaria; así que bien puede decirse que el arte y la naturaleza han concurrido de consuno a fortificar la ciudad».

 Pero lo que le impresionó aún más fue su catedral, ya terminada y que ponderó de manera especial, y las honras fúnebres del cardenal arzobispo don Pedro González de Mendoza, que habían traído hasta ella desde su natal Guadalajara para darle entierro en la cripta del templo del que había sido arzobispo y cardenal primado. «El entierro fue de tal pompa y solemnidad que causaba admiración. Así, en los arrabales como en las calles de la ciudad, miles de personas se asomaban a las ventanas para ver pasar la comitiva». Visitó con detenimiento la catedral e hizo un largo relato de las riquezas y obras de arte que atesoraba ya en su interior, considerándola la más rica de toda España. No le faltaba razón.

 De Toledo emprendió la vuelta a su país, yendo primero a Guadalajara, solar de los Mendoza, donde le recibió el sobrino del recién fallecido cardenal: el duque del Infantado y marqués de Santillana, casado con la hija del que había sido valido real, decapitado después, don Álvaro de Luna. 

Su gran palacio, recién construido y que aún le faltaba algún remate final, le maravilló. «No creo que en toda España haya palacio tan fastuoso como el que posee en Guadalajara el duque del Infantado. No con tanto oro en su decoración. Es de forma cuadrada, construido de piedra de sillería, con un patio de dos galerías superpuestas, adornado con figuras de grifos y leones, y en su centro una fuente altísima. Abundan los artesonados de oro con tallas de resplandecientes flores. Cúpulas elevadas coronan todas las estancias. Pero una , singularmente adornada en derredor con pinturas de ramajes silvestres, es de riqueza y arte extraordinario».

 Además del palacio, visitó también la que había sido la casa del Gran Cardenal, de la que dejó dicho: «Yo he visto en Roma muchas casas de cardenales, pero nada como esta», ponderando también su fábrica, galerías, estancias, jardín y sorprendido por un «inmenso aviarium en el que hay tanta variedad de aves de España y de África que excede a toda ponderación». Acaso no habrá en el mundo morada más delitosa. 

Munzer concluye con un aporte a su figura y da la fecha exacta en que murió : «Tenía mucha mano con el rey y era muy sobrio en el trato de su persona, pero en todo lo demás gastaba sumas considerables. Murió el 11 de enero de 1495. El día 27 salió el de Guadalajara y por Hita se dirigió a Sigüenza, donde vuelve a dar con la huella del Cardenal, que había sido obispo de aquella catedral y donde da cuenta de que un hijo de este «posee un lindo alcázar y pingues riquezas». 

Se trataba de Rodrigo Díaz de Vivar y de Mendoza, conde del Cid, a quien la reina Isabel había mentado de niño como «el bello pecado del cardenal».

 Tras ello, los viajeros partieron hacia Medinaceli y desde allí, cruzando el Jalón, entraron en el reino de Aragón. Se detuvieron en Zaragoza y desde allí ya cogieron ruta hacia Toulouse sin detenerse demasiado, hasta atravesar la frontera para ir después por Poitiers, Tours , París, Brujas, Gante, Colonia y Maguncia para ser conducido a una dieta imperial en Worms.

Pudo al fin regresar a Núremberg en abril de 1495. Allí vivió hasta el fin de sus días. Murió el 27 de agosto de 1508, dejando una enorme fortuna con la que financió la iglesia parroquial de su pueblo natal, Feldkirch, donde se conserva buena parte de su biblioteca. Pero se hizo enterrar en una iglesia de Nuremberg, donde hoy día puede visitarse su tumba.

 

ARCHIVADO EN: España