Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Allí, al menos, Trump y Obama hacen unas risas; aquí, en cambio...

11/01/2025

Hablo con un amigo, corresponsal en Washington, y me cuenta que allí lo más comentado en estas horas es el talante bromista y amistoso que pudo apreciarse en las fotografías que mostraban a Barack Obama y Donald Trump, sentados el uno junto al otro por motivos protocolarios en la ceremonia del funeral por Jimmy Carter.

Allí estaban todos los expresidentes vivos de los Estados Unidos, sin exclusiones ni muestras de no dirigirse la palabra. Exactamente lo contrario de lo que apreciamos en esta España nuestra cuando, por ejemplo, Pedro Sánchez coincide en una ceremonia, pongamos el aniversario de la Constitución, con Alberto Núñez Feijóo. Es que ni se miran, vamos.

Me preocupa como al que más la llegada de Trump al poder, que intuyo que será catastrófica para un mundo que se quiere sin sobresaltos. Trump, como todos los que desdeñan considerar que las formas, en política, son más importantes aún que el fondo -y en el mundo tenemos ejemplos sobrados de gente mal educada, desde el inenarrable Maduro hasta el no menos incomparable Milei-, supone un peligro, me parece, para el planeta, aunque ahora haya muchos que no quieren verlo así. Pero, al menos, en los actos institucionales muestra la altura suficiente como para bromear con Obama, que ha sido su gran enemigo político, Biden incluido. Como la República Francesa muestra su 'grandeur' hermanando a todos los expresidentes, incluyendo al semi-recluso Sarkozy, en las grandes ceremonias, pongamos la inauguración de la 'nueva' Notre Dame. Y ni una mala cara, ni un gesto despectivo. Aunque las sonrisas sean de cara a la galería sonrisas son al fin.

España es, lo he dicho más de una vez, un país capaz de mostrar, en sus estamentos oficiales, una gran falta de cortesía, que es la antesala de la vejación. O de la iniquidad. Que el presidente del Gobierno lleve más de un año sin recibir en La Moncloa al líder de la oposición es mucho más que una mera descortesía: es una enorme anomalía democrática. Que la vicepresidenta primera del Gobierno se comporte en público a veces como se comporta, vamos a dejarlo así, incide en esa tesis de la mala, pésima, educación a la que me refería. Y lo mismo podría decirse del comportamiento de la también vicepresidenta Yolanda Díaz en su trato al ministro de Economía, de quien, por discrepar de ella en una cuestión menor de tiempos, ha llegado a insinuar que es 'una mala persona' (¿?).

Y conste que no circunscribo las malas formas a los ámbitos gubernamentales, aunque, en estos casos, los gobiernos siempre tienen mayores dosis de culpa que los demás. El desarrollo muchas veces de las sesiones de control parlamentario al Gobierno deja en evidencia bastantes conductas reprobables, aisladas eso sí, en los escaños de las oposiciones. Y de algunos 'socios a palos' del Gobierno y véanse, si no, ciertas actitudes prepotentes de la portavoz del grupo de Junts, que a veces se empeña en hablar a todos en catalán y el que no la entienda, que se fastidie, por decirlo de manera suave.

El mundo, y, ya que estamos, España, han de volver al clima de concordia que, a nivel nacional, comenzó a imponerse a partir de un año después de la muerte de Franco, ya que estamos ahora inmersos en el absurdo tema. Acontecimientos como los Pactos de La Moncloa -algunos deberían estudiar en qué consistieron, antes de dar lecciones, que son auténticas 'fake news' históricas, sobre el pasado- habrían de repetirse cuanto antes en nuestro país, so riesgo de que, si no, definitivamente, abramos todos los abismos en las relaciones políticas (y personales) entre quienes dicen y quieren representarnos. Y si algo necesita la, ejem, peculiar política española es una buena ración de pactos y acuerdos entre las principales formaciones para desatascar unas cuantas cosas que se nos han enquistado.

Y, cuando tengan la tentación, que parece que es siempre, de regresar al talante pugnaz, a la sal gorda en los discursos, a la puñalada verbal, a la acusación grosera, al ataque gratuito, que escuchen y miren hacia el régimen bolivariano del soez Maduro. Todo un ejemplo de lo que es inadmisible en alguien cuyo sueldo depende de los Presupuestos del Estado. Porque Trump, al menos, y conste que para nada simpatizo con él, entre otras cosas porque siempre lleva su mal talante de bronquista demasiado lejos, bromea con Obama, aunque sea en un funeral. Esas formas, señorías, esas formas...