El pasado día 14, el Monasterio de Clausura de la Orden de Santa Clara en Hellín vivió un acontecimiento muy especial, la consagración de una joven de 21 años, nacida en la pedanía hellinera de Cañada de Agra, como monja clarisa. Blanca López pasaba de esta manera a ser sor Blanca y a formar parte de la congregación más joven de la Diócesis de Albacete con una edad media entre las hermanas de 45 años. Hace un par de semanas Blanca, cogida de la mano de la madre abadesa, sor Clara, prometió a Dios vivir en castidad, pobreza, obediencia y clausura siguiendo la Regla de las Hermanas Pobres de Santa Clara y recibió el Velo, signo de la consagración; la Regla, signo de del camino a seguir; el Crucifijo, en recuerdo de la entrega total de Jesús por amor a todos hasta la muerte, y la Medalla, en recuerdo de la Virgen María. Blanca, no obstante, era una de las tres novicias que había a esas fechas, todavía quedan Ana, de 23 años y Covadonga de 45 años, una natural de Murcia y la otra del Salvador. Además una de ellas en unos meses vivirá esta misma experiencia.
Sor Blanca, una estudiante del Instituto Justo Millán, tenía 15 años cuando tuvo sus primeros contactos con las hermanas clarisas. Lo que más le impresionó de esos encuentros, comenta, fue lo felices que eran, y «esa felicidad fue lo que despertó en mí la necesidad de experimentar lo que ellas tenían. No obstante, la idea me asustó, robé dinero a mi madre y me llené el cuerpo de tatuajes, pues pensaba que así no me iban a dejar entrar en el convento».
Pero, añade, «pese a los tatuajes y los temores que tenía llegó un momento en que me di cuenta de que del Señor no podía huir y cuando cumplí los 18 años entré en el monasterio a sabiendas, además, de que era una congregación de clausura, pero no me importó pues cuando uno encuentra la felicidad eso ni te lo cuestionas».
CONTRACORRIENTE. Ahora bien, antes del día de la procesión tuvo que pasar por varias fases. Primero conoció en primera persona lo que es la vida monacal durante un tiempo (entre dos semanas y un mes), luego, una vez sentida como propia la llamada, tuvo que postular a lo largo de un año y medio y finalmente fue novicia durante varios años. Con el noviciado «llegó el hábito, el corte de pelo y el velo blanco y con ellos el tener que dejar atrás a la familia, a los amigos y las largas horas que pasábamos en las escaleras».
«Nunca antes había llevado faldas y verme con el hábito y, además, sin melena, fue toda una locur aal principio, pero el Señor llama a quien menos se lo espera. No sólo voy a ser la primera religiosa de mi familia sino que, igualmente y lo que es más significativo, yo era la persona menos adecuada para ser monja, era toda una líder fuera y como me han dicho más de uno que me conocía: Blanca, quien te ha visto y quien te ve».
Sor Blanca es la pequeña de tres hermanos. Su madre fue la primera en saber lo «que me estaba rondando por la cabeza» y fue tal, dice, la «sorpresa que se llevó que, nada más conocer la noticia de que quería entrar en un convento, se fue tres días a una casa rural para asimilar el susto que tenía en el cuerpo. A mi padre y a mis hermanos, sin embargo, me costó aún más contarle mis inquietudes religiosas pues me daba vergüenza, además de que, para que no se me notaran mis intenciones, fueron tiempos en los que hice todavía más locuras que las habituales. Al final, no obstante, la realidad se impuso, al margen de que Dios es capaz de cambiar el corazón de la gente siempre, que estemos, dispuestos a ello, pues él respeta nuestra libertad».
La situación no fue mejor con los amigos. La noticia, como se dice coloquialmente, «cayó como una bomba, además, de que corrió como la pólvora entre los habitantes de Cañada de Agra». Y, al igual que pasó con sus más allegados, «ellos también lo pasaron mal y prueba de ello es que sus primeras visitas al Monasterio serán inolvidables. Esto parecía un funeral, echaban a las monjas o me iba yo directamente y la cosa se calentó, más aún cuando me vieron vestida de monja. Fue en ese momento cuándo se dieron cuenta de que esto iba muy en serio, que no era una idea pasajera o un capricho, como ellos llegaron a pensar. Esto no quita para que dos días antes de la procesión, se acercasen hasta aquí para preguntarme si me lo había pensado bien, y mi respuesta no fue otra que sí».
Hoy por hoy, todos esos recelos iniciales están más que superados. Y unos y otros le acompañaron en su ‘gran día’, hasta el punto de que la iglesia, con capacidad para 200 personas, se quedó pequeña, hubo que poner más sillas y más de uno tuvo que escuchar la eucaristía desde la calle.
«Verlos, señala sor Blanca, me llenó de alegría. Sentí tanto que estaban contentos por mí porque me veían feliz, como que no estaba sola y esto me dio mucha tranquilidad», para añadir a continuación «a las jóvenes en general y en especial a aquellas jóvenes que tienen la idea de ser monja pero no se deciden a dar este paso, les diría que tengan su propia personalidad, que por el miedo al qué dirán no dejen pasar el tren de la auténtica felicidad. Hay que ser valientes. Si uno se esfuerza por lo que se ha propuesto se acaba consiguiendo. Y si sienten esta llamada, les aseguro que pueden sentirla toda la vida».
Lo que ha hecho Blanca López en los tiempos actuales, tal y como dijo el obispo, Ciriaco Benavente, en la homilía de la eucaristía de la procesión, es, no obstante, ir contracorriente con lo que se lleva en la sociedad actual. Que una joven rompa con las cosas de este mundo para consagrarse totalmente al Señor, no es ni lo habitual, ni lo normal.
Su quehacer diario comienza a las siete de la mañana y se retira, aunque esto varía en función de las circunstancias, sobre las 22,30 horas. A lo largo de su jornada hay tres cosas fundamentales que le «llenan todo su tiempo y, además, sin aburrirse. Un día cualquiera de la vida en comunidad de sor Blanca gira en torno a la liturgia con su entrega a la oración y a las eucarísticas, y la fraternidad con el resto de las hermanas de la congregación, un total de 12. «Juntas, explica, compartimos lo que sabemos, lo que somos. Cada una de nosotras aporta lo mejor que tenemos en los momentos duros, que los hay, y también en los momentos buenos. Aquí lo que hay es un gran amor dentro de un pequeño espacio».
Luego está el trabajo. El trabajo ocupa todo el horario de la mañana con la participación de todas ellas en el taller de bordados que tienen. Lo que sacan de él es el principal sustento de la comunidad, aunque «siempre puede darse alguna que otra sorpresa y una sola cosa comerse, por expresarlo de alguna manera, todo lo que hemos ganado en un año entero de labor, tal y como pasó, cuando se nos rompieron las tuberías, luego está la crisis económica, es decir, hay menos trabajo y por lo tanto, menos ingresos para la casa».
Antes las cofradías de Hellín y las parroquias eran sus principales clientes. Ahora, dados los tiempos que corren, se ha abierto a todo tipo de clientes. Bordan ornamentos religiosos y estandartes pero también juegos de sábanas, mantelerías, faldones para bautizar o un simple juego de pañuelos. Ofrecen en lo que es su confección tres tipos de bordados, es decir, los hacen a mano pero también con máquina eléctrica y mixtos, es decir, mezclando uno y otro método.
Y aunque son de clausura, la clausura de ahora no tiene nada que ver con la de antes. No sólo cuentan con correo electrónico y con teléfono móvil sino que, además, les toca salir fuera a hacer sus compras, pues el portero que tenían ya no lo tienen.