La primera toma de conciencia parte de mitad del siglo XVIII. La realización del Catastro de Ensenada (1750-1754) ambicionaba aportar a la Administración un conocimiento en profundidad de la estructura del territorio, del que carecía, llegando hasta las poblaciones, aldeas, granjas o despoblados más pequeños. Otro de los empeños era paliar la falta de cartografía: «No hay cartas puntuales del Reyno y de sus provincias; no hay quien las sepa grabar, ni tenemos otras que las imperfectas que vienen de Francia y Holanda», dice el marqués responsable del proyecto en uno de sus informes al rey Fernando VI, en enero de 1748.
En 1751, formó el insigne marino don Jorge Juan Santacilia un proyecto para la formación del Mapa de España, que no llegó a iniciarse por la dificultad de reunir el personal e instrumentos necesarios para ello. El siguiente intento fue el de Tomás López, en 1760, quien se había formado en Francia durante nueve años, llegando a desarrollar un extenso trabajo de mapas de España, que adolecían de calidad como puso de manifiesto la guerra contra la invasión francesa al utilizarlos sobre el terreno. Con sucesivos tanteos avanzamos hasta 1835, fecha en que se crea el Cuerpo de Ingenieros Civiles. En el verano de 1858 se procedía a medir la base central de la triangulación geodésica española, bajo la dirección de Ibáñez y Saavedra. Este fue el primer intento serio y organizado para ese trabajo catastral y topográfico con ayuda de la Comisión de Estadística y de los ayuntamientos. Por decreto de 12 de septiembre de 1870 se creaba el Instituto Geográfico, bajo la dirección de Carlos Ibáñez e Ibáñez de Ibero, que tomaba a su cargo todos los trabajos del Mapa de España. Desde el momento de su creación dedicó el Instituto la mayor parte de su actividad a la formación del Mapa Topográfico Nacional. A partir de 1871, comenzaron a llevarse paralelamente varias clases de trabajos en el Instituto: la sección geodésica, mientras continuaba la formación de las redes de triangulación, iniciaba las nivelaciones de precisión, comenzando por la de Alicante a Madrid y Santander.
Situada nuestra capital en la ruta de Alicante a Madrid, los trabajos continuaron muy pronto. Según un expediente que se conserva en el Archivo, el 30 de mayo de 1871 recibió el gobernador de la provincia de Albacete una comunicación del director del Instituto Geográfico en la que le prevenía para que no pusiera obstáculo al establecimiento de pequeñas señales de bronce incrustadas sobre piedra para la nivelación geodésica de precisión, al tiempo que le pedía la colaboración para su conservación.
La colocación de señales fijas, de trecho en trecho, servían para la nivelación de precisión que por orden del gobierno se estaba practicando desde el puerto de Alicante al observatorio astronómico de Madrid, y también para conocer la altura sobre el nivel del mar. Tal conocimiento era de gran importancia en multitud de aplicaciones a las Obras Públicas.
Estas señales principales consistían en un cilindro de bronce terminado por una placa circular del mismo metal, aquel se incrustaba en piedra recibiéndolo con plomo y llevaban grabadas las iniciales NPA y un número de orden, señal que quedaba incrustada enrasando la superficie de la piedra. Una de estas, que llevaba el número 10, fue colocada, con el permiso correspondiente, en el interior de la iglesia parroquial de San Juan -como a un metro próximamente del batiente de la puerta sur y otro de cobre, que sirve de referencia a la misma señal, en el primer escalón de piedra de la puerta que da paso a la sacristía. Ninguno de los dos se encuentra hoy en esas ubicaciones porque a lo largo del tiempo estas han cambiado.
La leyenda del 'CLAVO MÁGICO'. Sin embargo, el pasaje de Lodares sí cuenta con una de estas señales, se encuentra en la base de una de las columnas de la entrada por la calle Mayor y desde hace unos años ha sido objeto de una patraña que lo califica de mágico, poderoso, masón, telúrico…, pero todo es falso, aunque a juzgar por el brillo del bronce cuenta con muchos adeptos. En él vemos las iniciales grabadas de Nivelación de Alta Precisión y un número de orden casi borrado. No sabemos la fecha de su colocación.
En las zonas rurales de Albacete también se colocaron vértices geodésicos que todavía vemos no sólo en Albacete, sino en parajes de muchos municipios. Indican una posición geográfica exacta conformando una red de triangulación con otros vértices geodésicos, sirven para elaborar mapas topográficos a escala. Los de Albacete se comenzaron a colocar el día 5 de noviembre de 1884 comenzando por el sitio denominado cuesta de los Yesares de este término municipal, era una señal geodésica de segundo orden de mampostería consistente en dos cuerpos y un pilar de observación de base cuadrada de un metro de altura.
También se distribuyeron las de tercer orden, consistentes en un hito de yeso y ladrillo formando un cubo de 30 centímetros de lado construido sobre el tejado de una casa en Casa González. Otros en se colocaron en La Cortesa, Pocopán, Fuente del Charco, en el cerro de la Atalaya, en el sitio denominado Morro del Barranco del Infierno, en Argamasón cerca del caserío, en la casilla Puerto Murciano al sur de Pozocañada, Campillo y Chozas, en Pasaconsol, en la finca llamada de los Llanos, en Riachuelos cerca de la casa de este nombre, en la zona de Medellín junto a la casa de este nombre en el alto de Miraflores, en la Loma de Malpelo, en la Loma de la casa del Monte, en altos de Pinilla, en la morra de San Jorge y altos de la casa del matadero. Estas señales de tercer orden se definen como un hito de piedra de la forma de un prisma cuadrangular de 20 por 30 centímetros de lado por otros tantos de altura con un taladro en el centro de su cara superior. Por último, mencionaremos los hitos colocados entre 1870 y 1874 para señalamiento de mojones y levantamiento de planos de los términos de Valdeganga, Tobarra, Pozohondo, Hellín y Albacete por el Instituto Geográfico, cuyo diseño se conserva en el Archivo.
(*) Directora del Archivo Histórico Provincial de Albacete.