La Navidad siempre es una nostalgia, una ensoñación, un rumor que nos susurra algo desde la infancia que dejamos atrás, una patria perdida. La infancia es la patria más auténtica que tenemos y la Navidad su más fidedigna bandera. Conviene no perder de vista estas apreciaciones en medio de la faena cotidiana, que poco para en estos días, es más, que se acrecienta con balances por cerrar, presupuestos por cuadrar, cumplimientos que cumplimentar, cenas de compromiso, felicitaciones de falsete, regalos que enviar, locura en el WhatsApp…La Navidad es todo eso, pero al final, somos nosotros y nuestros más próximos alrededor de una mesa en la cena de Noche Buena, sin trampa ni cartón, es lo que hay finalmente. El bullicio queda atrás.
Es cierto que la escena, la escinificación y el escenario se repiten año tras años, y la nostalgia la ponen los protagonistas que no están ya, que se recuerdan, y los tiempos infantiles que se fueron, y se añoran. La Navidad evoluciona y se adapta a los tiempos. Las decoraciones de los árboles cambian al son de las modas, lo mismo ocurre con los alumbrados urbanos, la religiosidad propia de estas fechas es de mayor o menor intensidad, más o menos puesta en valor por las cambiantes instancias oficiales y gubernamentales, el «feliz Navidad» puede prevalecer, o no, según el ámbiente y el lugar, sobre el «felices fiestas», pero lo cierto es que siempre se termina encontrando, en este "navidadear" incesante y repetitivo, un Belén.
No queda otra. En estos días de diciembre y en los primeros compases de enero la referencia termina siendo algo que ocurrió hace más de dos mil años en un lugar de Oriente Próximo, algo que no sabemos muy bien qué fue, ni siquiera si fue allí, en Belén, o en Nazaret, o donde. Sabemos que fue algo, pero no con precisión. También, con independencia de la intensidad de nuestra fe, somos lo suficientemente racionales para calibrar el grado de leyenda que hay en todo ello. Angeles que se aparecen a pastores, reyes magos que llegan de Oriente, voces que se emiten desde lo alto anunciando una noticia maravillosa. Lo cierto es que todo, hasta la fantasia, tiene en la Navidad un fondo de profunda verdad y un deseo intemporal de hermandad entre los seres humanos, las mujeres y los hombres de todo tiempo y condición, de todas las tierras y todas las razas. A partir de ahí, si Jesucristo nació o no Belén, o si a su lado había una mula y un buey es lo de menos, o mejor dicho, es el acompañamiento bello de un relato imprescindible para la humanidad.
Si al final de este incesante navidadear hay un Belen, al principio lo que hay es un deseo de felicidad, pero de felicidad espumosa y superficial, que también es importante. Es ese deseo, igualmetne intemporal y por encima de cualquier barrera, de querer salir, pasarlo bien, adquirir bienes, alternar, hacer y recibir regalos. La Navidad, que puede ser el cúlmen de la interiorización y el misterio, es también el mayor homanaje a la espuma de la vida: el disfrute y el consumo; las compras y las cañas; el champagne y el turrón; el vino y las rosas. Y que a uno le quiten lo bailao, y que después salga el sol por Antequera o por donde sea, que luego venga el tío Paco con las rebajas y la inflacción repunte hasta la cima del Everest, que igual da, porque la vida, sea como sea, hay que celebrarla de alguna manera y no hay mejor forma de hacerlo que recibiendo el invierno a lo grande. Así lo hicieron nuestros antepasados más paganos y así lo seguimos haciendo nosotros.
En el fondo, la Navidad es la pulsión natural del ser humano que necesita misterio, fe, revelación y meditación, pero también fiesta, expansión, comunicación e intercambio. La Navidad es el enmarcado perfecto para todo ello, y en cada casa prevalece una cosa u otra, o en cada persona, o muchas veces, en cada etapa de la vida. Navidadendo estamos y navidadeando vamos hacia la proxima Navidad, parada obligada que en algunos provoca un gran bullicio interior, a otros un profundo hartazgo o una gran pena, pero que a nadie deja indiferente, y bueno es que así sea, porque si no existiera la Navidad, con todas las reacciones multiples que genera, algo excesivmente grave estaría ocurriendo, y eso que ultimamente ni ganamos para sustos ni anda el horno para bollos. Pero una Navidad inexistente sería algo tan tremendo como el fin del mundo conocido. Así que, Feliz Navidad.