Ensimismados

José Francisco Roldán
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«La actuación policial, sin desmerecer su gran resolución y eficiencia, se queda en nada cuando se trata de pedir una retribución adecuada a tanta agresión ilegítima»

Imagen de archivo de una carga policial. - Foto: Efe

Una  buena cantidad de ciudadanos está cabreada con la desagraciada situación que estamos viviendo en esta España afrentada por tantos y por tanto. La desesperación alcanza a una sociedad, que siente el olvido, es más, un auténtico abandono por parte de seres privilegiados muy entretenidos en sus diversas modalidades de medrar y enriquecerse. La lucha por el poder tiene esas servidumbres, porque se trata de ganar para imponer el criterio propio, sin perder el tiempo en lo que debería ser un objetivo sagrado, como es servir al pueblo, expresión con la que se llenan la boca diciendo representarlo.

El egoísmo supera colmos de lo aceptable en una deriva hedonista mirándose con descaro el propio ombligo. Compiten en la verborrea absurda de los que mienten por convicción a sabiendas que las trolas salen gratis. Pero no se trata de engañar, es mucho más grave cuando se contempla la degradación galopante y sin solución de continuidad de la convivencia, donde está en juego la vida, integridad y seguridad de mucha gente, empeñada en buscar el mejor modo de vivir en paz. Los responsables de prevenir y responder con eficacia al delito, embadurnados de chulería y pomposidad, no hacen otra cosa que mirar para otro lado, sin preocuparse de las graves consecuencias de su indolencia o pertinaz incompetencia, que adorna las paredes de tantos despachos perfectamente dotados. 

Parece que hay demasiados gerifaltes acomodados en la bella comarca leonesa de Babia, donde decían que estaba Alfonso IX de León cuando no le interesaba afrontar sus compromisos. Especial significado tuvo su ausencia en las Navas de Tolosa, cuando su primo, Alfonso VIII de Castilla, junto a Pedro II de Aragón y Sancho VI de Navarra, con voluntarios leones y portugueses, vencieron a los almohades del califa Mohammad al-Nasir.  La gesta cristiana más importante de nuestra Reconquista. Salvando demasiadas distancias, por razones de lógica y justicia, no es imposible buscar alguna similitud con la avalancha criminal que sufren en muchos rincones de España tantos ciudadanos indefensos, claramente ignorados por el Estado de Derecho. 

Los pasotas del poder, con nombres y apellidos, viven embobados y disfrutando de prebendas. Estamos hablando de una reconquista de la seguridad, que precisa medidas rigurosas, respaldadas por una legislación eficaz para restablecer lo que supone una auténtica desgracia colectiva, que padece mucha buena gente. La actuación policial, sin desmerecer su gran resolución y eficiencia, se está quedando en nada cuando se trata de pedir una retribución adecuada a tanta agresión ilegítima. Las cifras de detenidos y hechos esclarecidos sirven poco cuando los delincuentes, especialmente multirreincidentes, permanecen en la calle esperando el proceso penal y agrediendo los derechos y libertades ajenos. 

De un tiempo a esta parte, los medios informativos, hasta los que no se prodigan poniendo en duda la acción del gobierno, insisten sobre sucesos de toda condición perpetrados por personas bien conocidas por la Policía y con una retahíla de antecedentes. Nadie en su sano juicio y con un mínimo de conocimiento puede comprender esa inconmensurable desidia oficial. Los torpes y ensimismados del demonio, absortos en sus despreciables cuitas ideológicas o palaciegas, están permitiendo que los ciudadanos mueran y se vean despojados de su patrimonio y libertad. Y esos engreídos, cuando no saben cómo contrarrestar la obscena realidad que nos corroe, no tienen mejor cosa que hacer que ocultar cifras y la evidente condición de un gran porcentaje de criminales. El libreto de sus monsergas impone el silencio y escamotear algo que es inapelable. No es sencillo otorgar una mínima credibilidad a quienes detentan el poder sin preocuparse de los problemas que afectan de verdad a sus conciudadanos. El moverse con escolta y coche oficial suele aislar a los poderosos de la malévola y cruda verdad. Y los otros ensimismados, ajenos a todo y a la nada, se dedican a cumplir sus funciones sin la menor consideración hacia quienes esperan de ellos una resuelta acción retributiva, y suelen aducir limitaciones legales insalvables.

En eso estamos, soportando a tanto abstraído en el poder legislativo y judicial, además de algunos elegantes uniformados, obedientes y sumisos, recogiendo el desprecio de sus responsables políticos y las migajas del poder. Necesitamos líderes decididos para tratar de reconquistar la paz y seguridad de los ciudadanos. Y que se pierdan en Babia los ensimismados.