Conocemos la proliferación de un depredador social que se podría considerar una auténtica plaga en una España debilitada por el ejercicio abusivo del poder, precisamente, practicado por grandes organizaciones empeñadas en su protección. Como si de grupos ecologistas se tratara, esas auténticas bandas organizadas se dedican a eliminar cualquier procedimiento de control sobre el camandulero ibérico, que deambula libremente por todos los espacios urbanos y rurales de nuestra patria avasallando la estructura social asentada sobre valores morales y éticos tradicionales.
El hecho de alimentar con profusión a estos especímenes, que algunos sectarios califican de progresistas, está determinando la destrucción de un hábitat construido con esfuerzo y sacrificio desde hace mucho tiempo. Ese llamado camandulero hispano, envalentonado por tamaño descontrol institucional, ha conseguido acomodarse en puestos de responsabilidad para retorcer leyes que pudieran interponer trabas normativas.
Su presencia real y efectiva en las altas esferas de la organización gubernamental les lleva a respaldar sin tapujos cualquier manera de medrar entre aposentos y reductos privilegiados de la prebenda y recursos públicos; es más, hay un acometimiento imparable contra bienes, derechos y libertades de ciudadanos desprotegidos, que ven con desesperación cómo les arrebatan su patrimonio sin poder contraponer capacidad defensiva quedando en inferioridad dentro de la balanza trucada de la legislación. Se ven desbordados por la acción criminal sin que los responsables de impedirlo hagan lo necesario al respecto.
Ambiente enrarecido. Además de la eficiencia perversa de los camanduleros ibéricos, determinados errores siguen facilitando el derramamiento incontrolado de lo que es verdad por los imbornales de la putrefacción. El hedor político, abanderando consignas conservadas en las letrinas ideológicas, está infectando un ambiente enrarecido por la pertinaz agresividad mediática, que corrompe el tejido colectivo, donde tanta gente trata de vivir en paz y seguridad. Los camanduleros en el poder confunden su responsabilidad con el puro ejercicio de la imposición, pues quienes deberían sujetar y contener los límites de una plaga imparable se pliegan a la satisfacción urgente de necesidades primarias, contaminadas por la corrupción y el desprecio a la ley.
No son pocas las barreras jurisdiccionales que han sido horadadas por la insistencia dolosa de quienes pueden soterrarlas. Las autoridades, que sin ser camanduleras declinan ejercitar sus funciones profilácticas, no hacen más que potenciar la actividad reproductora de una desgracia social. Los recursos judiciales, por error o desidia, cuando no han sido infectados directamente, aceptan sin remilgos la degeneración despreciable de permitir salir bien librados a los que han perpetrado todo tipo de desmanes legales, pues los indultos descarados, la amnistía inaceptable, la prescripción bien pergeñada o el archivo de los procedimientos por mil y una cuestión infumable, engordan la nómina y privilegios de tantos filibusteros.
Los medios de comunicación, según los casos y condiciones, favorecen el desenvolvimiento habitual de esta desgracia del demonio, que engorda sin medida aprovisionándose de armas falsas para generar ventajas y preponderancia oficial. Y esta versión patética de una colectividad apabullante está decidiendo qué es lo correcto señalando problemas evidentes como nichos de oportunidad para medrar de forma personal y grupal. Etiquetan falazmente enemigos, que en realidad no pueden superarlos en la pirámide alimenticia y prefabrican la estrategia más efectiva para asegurarse la supremacía. La procreación natural o legal de los camanduleros está alcanzando cotas excepcionales. Se hace preciso crear reglas y procedimientos para reducir desastrosos efectos de una plaga desbordada por el territorio nacional.
Debemos resistir en aquellos reductos de la ley donde aún existen normas paliativas con las que ir restando capacidad de contaminación inmoral de esos depredadores sociales, entre los que destaca por su agresividad el camandulero ibérico.