Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Igual, pero peor

30/07/2023

Cada vez entiendo mejor por qué, en plena Transición, cuando quien más quien menos se sentía tentado por la política, de la que apenas sabíamos nada, mi padre me cogió por banda una noche y, sin ambages ni melindres, me soltó, de buenas a primeras, que el mayor disgusto que podría darle en la vida era «meterme en política». Su enfermedad que, pocos años más tarde, lo llevó a la tumba, y mi fervor por mi profesión y por la cultura me libraron de caer en la tentación (por más que, con mi carácter contestatario, habría durado menos en un partido que un cantar sevillano).
Viene esto a cuento por lo ocurrido el pasado domingo en la elecciones legislativas, donde una vez más se ha repetido la vieja historia, y eso que, con la partida de defunción de Ciudadanos, el candidato del PP estaba convencido de que la victoria era 'pan comido', e incluso se permitió el lujo, posiblemente mal aconsejado, de no presentarse en la Televisión estatal para defender su programa, en el debate frente a  Sáchez, Yolanda Díaz y Abascal. No hay peor defecto que la ceguera, excepción  hecha de la soberbia, que a menudo van juntas.
Nunca, sin embargo, unas elecciones generales habían dejado un regusto tan amargo en todos los partidos participantes, salvo en uno que, sin salvarse de la quema, de repente, y como por arte de magia, se vio portador del 'gordo' de la lotería. Y es que, pese a los ridículos brincos de júbilo de la ministra de Hacienda socialista tratando de emular a la mona Chita celebrando su segundo puesto como Poulidor, o pese al discurso pretendidamente ganador del candidato Feijóo, desde el balcón de Génova, acompañado por su cohorte, que habían vendido la piel del oso antes de haberlo cazado, la realidad era de una gran negrura. 
Lo único estimulante de la noche fue el triunfo sin paliativos del PSC, con esos 19 escaños gloriosos que, por un momento, nos recordaron los 25 de Carmen Chacón. Por primera vez después de tantos años de agonía, el independentismo catalán quedaba relegado al lugar siniestro de donde nunca debió de salir. Pero, como la cosa iba de sorpresas, los cuatro últimos escaños, conseguidos in extremis por Feijóo para lavarle la cara, hizo, de repente, imprescindibles los siete escaños de Junts. Y todos nos acordamos de la célebre frase de Fraga cuando dijo aquello de 'los extraños compañeros de cama' que hace la política.
Y así, cuando nadie daba un real por él –posiblemente ni tan siquiera sus propios compañeros, prestos a inmolar a su líder de Waterloo con esos miserables siete escaños, pese al valor doble de los votos de los suyos–, de pronto, y por uno de esos azares absurdos de la política española, emergió su figura y ganó todavía más peso. «¡Ah, la dulce vedetta, que decía Coriolano!». Y, ya esa misma noche, plantó cara: Amnistía y Referéndum de Autodeterminación. Todos sabemos que, pese a lo patético y atrabiliario del personaje, va a ser más que difícil sacarlo de ahí, y  sin sus escaños «no hay tutía».
Más le hubiera valido a María Jesús Montero un poco más de circunspección, porque, a estas alturas de la película, ni está todo el pescado vendido ni nadie ha ganado nada, y menos ellos. La escasas esperanzas de Feijóo se han esfumado con el portazo del PNV, pendiente siempre de los dividendos y olvidando su pasado carlista.
En cosa de cinco días pasamos de la ideología al «precio que hay que pagar», ante la irritación de la ciudadanía. Y más aún cuando, el listillo de Bolaños, que, tras el susto y cuando seguro que andaba buscando una solución a su futuro, vuelve a sonreír, crecidito él, y nos pide que nos vayamos de vacaciones y les dejemos a ellos obrar con discreción. Ante tamaño desafuero, lo menos que podemos exigir(le) es luz y taquígrafos en unas negociaciones que tienen más de  chantaje que de tales. Necesitamos saber el costo de la operación, entre otras cosas porque, en España, desde que murió la reina Católica, siempre pagan los mismos y ya está bien de letra pequeña. Porque no olvide, señor Bolaños, que la impresión generalizada es que hemos hecho un pan con unas tortas.