China no es un país, es una empresa. Dirigida con mano de hierro y protegida por todo el aparataje de un estado hiperpoblado y sordo a los esfuerzos internacionales en materia ambiental, laboral y social, pero una empresa. La mayor del planeta. Hace décadas que el país asiático encontró la forma de colonizar el mundo a través de una superproducción ultracompetitiva en los mercados gracias a la absoluta carestía de las más básicas garantías y, sobre todo, al dinero estatal que China insufla a todos los sectores que pretende dominar. El caso más evidente en los últimos años es el de los vehículos, tanto eléctricos como de combustión, producidos a fuerza de subvenciones públicas que rompen el equilibrio de los mercados internacionales al operar con clara ventaja sobre los productores del resto del mundo.
La Unión Europea, siempre lenta tomando decisiones, acaba de anunciar una nueva política arancelaria que impondrá impuestos mucho más elevados a los vehículos importados desde China. Era algo que los grandes productores europeos llevaban años reclamando, pero no ha sido hasta después de elaborar los análisis e informes oportunos cuando se ha decidido la implementación de una política mucho más agresiva para proteger a los productores europeos. Ahora, y si nada cambia en los próximos días, hay una fecha para la entrada en vigor de la nueva tabla fiscal: el 4 de julio.
La medida ha sido bien recibida tanto por los productores como por su industria auxiliar. Todo lo que fortalezca a las marcas europeas servirá para garantizar la continuidad del sistema productivo. Pese a todo, enfadar a China no suele ser un buen negocio, algo que no sucedería si no se le hubiera entregado con tanta facilidad una porción demasiado suculenta de la industria global. Está por ver cuál es su respuesta, pero la decisión de la UE es un buen comienzo y, por lo que respecta a la provincia, el mercado chino no tiene un gran peso para las empresas exportadoras, como demuestran las cifras del año 2023, en el que un 81,1% de las exportaciones tuvieron como destino Europa, mientras que Asia sumó 56,4 millones, un 3,7% del total, de los que sólo siete se contabilizaron con China. El arranque del año no cambia el panorama, porque el primer trimestre ofrece cantidades similares a las del año pasado.
Occidente empieza a comprender que la globalización es un arma de doble filo con la que siempre se cortan quienes más progreso reparten entre las personas. Las garantías laborales, los empleos seguros, los salarios dignos y la protección social no son compatibles con una oferta agresiva. Cómo lo hace China era sabido hace tiempo, pero ése ni es el modelo actual de Europa ni debe ser el del futuro. La Unión llega tarde, pero siembra un precedente interesante.