Los años 50 dentro del fútbol europeo siempre se reconocen por las cinco Copas de Europa que ganó el Real Madrid a finales de la década. Sin embargo, su eterno rival, el Barcelona, en los albores de ese decenio, también trascendió como un equipo histórico merced a su dominio nacional y los varios trofeos internacionales que cosechó. La entidad levantó hasta seis entorchados en 1952, y a esa generación, liderada por Laszlo Kubala, se le llamó el 'Barça de las Cinco Copas' (el Trofeo Eva Perón, antecesor de la Supercopa, se lo adjudicó sin jugar). Pero, como todo ciclo ganador, este se alarga hasta que sufre un varapalo de grandes dimensiones, y esa caída llegó en la final de la Copa de Europa de 1961, donde un Benfica que se asomaba al mundo se llevó por delante a aquel legendario conjunto.
Antes de ese partido, el bloque azulgrana venía dando ya señas de agotar su magia de campeón, pero, una temporada antes, pudo cambiar la historia. El Barcelona se plantó en las semifinales del torneo continental y allí se topó con el Real Madrid, que dio cuenta de los culés y días después se anotó su quinto éxito consecutivo en la competición.
Esa derrota se llevó por delante al mítico Helenio Herrera, que pasó a entrenar a un Inter de Milán al que haría campeón de Europa años después. Se habían ido también personas importantes y de trascendencia como Pep Samitier (secretario técnico) o el presidente Miró-Sans.
Tras la salida del técnico argentino, el cargo fue a parar a Enrique Orizaola, sustituto a su vez de Brocic. El cántabro no tenía una dilatada experiencia en los banquillos, como sí Herrera. Aterrizó en el cuadro catalán tras haber dirigido al Racing, al Jaén y al Murcia, en Segunda División. Ese escaso bagaje del preparador le restó autoridad a la hora de aleccionar a un vestuario plagado de estrellas mundiales, entre ellas Luis Suárez Miramontes.
El gallego era el 'faro' de ese Barcelona, pero, en una operación un tanto extraña, anunció su fichaje por el Inter de Herrera antes de que acabara la temporada, por lo que afrontó la final de la Copa de Europa frente al Benfica sabiendo que al año siguiente vestiría de 'neroazzurro'.
Ese título era la única vía de salvación para un equipo que había cuajado una temporada decepcionante. En la Liga había quedado cuarto, en la Copa de Ferias había sido eliminado en cuartos por el Hibernian escocés y en la Copa cayó en octavos en manos del Espanyol. Precisamente, en ese enfrentamiento se lesionó Segarra, que por ese contratiempo se perdió el duelo crucial contra los de Lisboa.
Los culés, camino a la final de la Copa de Europa, consumaron en octavos su revancha contra el Real Madrid, que fue eliminado por primera vez en el torneo a manos de su gran rival.
En cuartos pudieron con el Hradec Králové checo (5-1) y las semifinales contra elHamburgo se fueron a un desempate en París que se llevaron los azulgrana. Por su parte, el Benfica había arrasado hasta llegar al duelo por el título. Se presentó una semana antes enBerna, sede de la final, para preparar el choque, mientras que el Barça no se organizó igual de bien.
Era su primera final de la Copa de Europa, pero los húngaros Kocsis y Czibor no tenían buenos recuerdos de la capital suiza: en 1954 perdieron en ese campo la final del Mundial ante Alemania, en un partido que lleva el nombre de 'El Milagro de Berna' por la sorpresa que supuso.
Quizá esa mala sensación fue el preludio de lo que luego sucedería sobre el terreno de juego. El Benfica aún no contaba en sus filas con el poderosísimo Eusebio da Silva, con el que aterrorizaría a todo el continente años más tarde, pero sí estaba Coluna, de origen mozambiqueño como la 'Pantera Negra' y amo y señor de la medular lusa.
El Barça salió dominador e incluso hizo el 1-0, pero en tres minutos los portugueses se pusieron arriba con un tanto de Aguas y otro deRamallets en propia, en una acción de mala fortuna en la que le deslumbró el sol. Tras el descanso, un contragolpe de los de Lisboa lo sentenció Coluna con una volea espectacular.
Con 1-3 en contra, el Barcelona se desmelenó y Czibor recortó distancias, pero la suerte no estaba de su lado: hasta cuatro balones rebotaron en unos postes cuadrados que a partir de entonces fueron redondos, pero antes frustraron a los culés y elevaron al Benfica.