Durante toda la mañana de ayer, una escena se hizo muy frecuente por las calles de Albacete, la del hijo o la hija joven que venía a recoger a sus padres, ya mayores, para recogerlos con un coche cargado de flores y utensilios de limpieza.
De hecho, fueron cientos y cientos los coches con familias enteras que se dirigieron a un mismo punto, el Cementerio Municipal, porque ayer era el día en el que los albacetenses visitaban a los parientes y amigos que tienen en la 'otra' ciudad.
Era el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre. Como cada año por estas fechas, el Ayuntamiento había hecho un gran despliegue logístico para garantizar que todo saliese y se moviese a la perfección, lo que incluía por ejemplo un servicio especial de autobuses.
Y como cada año por estas fechas, los albacetenses lo pusieron a prueba, con una larguísima serpiente multicolor de turismos de todos los colores y tamaños que entraba y salía, en ciclo continuo, de las inmediaciones del Camposanto, como dos operaciones, entrada y salida, unidas en una sola.
El primer reto era el de conseguir un buen aparcamiento. El Ayuntamiento, como todos los años, había habilitado varias zonas para permitir el estacionamiento de vehículos, pero daba igual, al final los coches buscaban hueco hasta en lugares que parecían físicamente imposibles.
Tras apearse de vehículo, tocaba sumarse a las hileras de gente que iban y venían del Camposanto e intentaban cruzar, lo que ponía a prueba la paciencia de los agentes de la Policía Municipal, que gesticulaban sin cesar para dar órdenes a peatones y conductores. Pare, pase; pare, pase; no se entretenga, por favor.
La bienvenida. Pasado el revuelo, al acercarse a la entrada, el ambiente se calmaba. Varios concejales daban la bienvenida a los vivos, mientras un grupo de cámara formado por músicos de la Banda Municipal atacaba 'Candle in the Wind', la canción que se hizo famosa el día del funeral de Lady Di.
Pero, al igual que pasa en la ciudad de los vivos, lo sublime se mezclaba con lo popular, pues los lánguidos compases de la música de Elton John se alternaban con los gritos de «¡castañas! ¿Quién quiere un bote de castañas?» de los vendedores ambulantes.
Después dejar a la derecha los puestos de flores, siempre dispuestos para atender a algún rezagado, se entraba a la otra Albacete que, como la de todos los días, tiene su casco viejo, lleno de tumbas y mausoleos levantados en estilos propios de otros tiempos. Unos siguen en buen estado, otros ya no tanto.
Ésta era una zona tan silenciosa que se podía oír el sonido de la esponja y la bayeta que se usa para limpiar la tumba de los ancestros, entre el rumor del viento y el sonido de los pájaros. Era, sin duda, un ambiente que aún llamaba a la reflexión y el recogimiento. Sic transit gloria mundi.
Por aquí aún se puede practicar el antiguo arte de leer las lápidas, escritas en un lenguaje lírico y sombrío que llegó a ser un género literario en sí mismo, el del epitafio. Despedidas sentidas en un español casi arcaico, propio de una ciudad y una época ya pasadas.
A veces, había detalles delicados. Junto a una tumba bien mantenida, lustrosa y llena de flores, había otra tan erosionada que no se podía leer nada, pero no importa. Una mano anónima había dejado un ramillete de flores para alguien que ya se había disuelto entre las arenas del tiempo.
Pero hasta aquí también llega el mundo moderno. En la linde entre el Cementerio viejo y el nuevo, ya empiezan a llegar el hormigón y el mármol pulido, a ocupar el sitio que antes tuvieron otros que, en sus tiempos, fueron los más ricos del lugar.
Más viva. La zona nueva es distinta. Aunque parezca extraño decirlo, estaba bastante más viva. Se notaba porque hay más gente, pero también por un runrún de fondo. Son las conversaciones que tienen los vivos con los muertos.
En voz queda y sin parar, cada cual murmuraba su letanía. Unos rezaban, otros expresaban añoranzas o lanzaban reproches por asuntos aún pendientes. Había quien hablaba con sus deudos para ponerles al día de todo lo que ha pasado en su ausencia y quien se quejaba de lo sucia que estaba la lápida, qué desastre, ¡como si fuese responsabilidad del inquilino!.
Incluso aquí llegaba el 'boom' inmobiliario pues, de vez en cuando, la lápida de algún nicho tenía pegado bien a la vista el cartel del 'Se vende'. También había reencuentros de vivos que no se habían visto en todo el año y, mira qué casualidad, aquí sí.
La vida seguía para los de aquí y los de allí. En medio del trasiego, pasaba un coche fúnebre seguido de amigos y familiares, porque incluso en el Día de Todos los Santos, hay gente que llega al final de su camino, sea largo o corto.
Al final, vida y muerte van de la mano, conviven y se entremezclan, Lo resumió de forma espontánea, una chica joven que iba alegre del brazo de su padre. «¡Que buena mañana, papá!», exclamaba, «ya hemos visto que los abuelos están bien, y ahora nos vamos tú y yo a echarnos un fútbol a la Pulgosa».