Rafael Lafuente estuvo en Albacete para ser el ponente del segundo Encuentro Diocesano de Familias y con motivo de esta cita hablamos con él.
La familia, Rafael, siempre es portadora de una buena noticia...
La familia siempre ha sido portadora de buenas noticias, como refleja el lema de este Encuentro. Al menos eso es lo que intentamos. Creo que la familia es el lugar donde podemos ser más felices, absolutamente felices, pero también es un lugar donde se puede sufrir mucho. Por eso son importantes este tipo de encuentros y la formación continua. En la familia nos jugamos mucho, así que es mejor ser de aquellos que disfrutan mucho de la vida familiar que de aquellos que, como dicen las estadísticas, no son capaces de formar familia porque no se quieren arriesgar. Incluso habiéndose arriesgado, algunos no tienen éxito en esta apuesta tan importante y sufren mucho como consecuencia.
¿Cuáles son las actitudes y aspectos fundamentales a considerar en la familia?
Desde mi perspectiva, que se centra principalmente en el ámbito afectivo y sexual, creo que la vida familiar es un continuo proceso. No se reduce a un solo momento, como el día de la boda, en el que se pronuncian palabras de amor eterno y luego se olvida. Más bien, se trata de concretar ese amor en todas las facetas de la vida cotidiana, desde las tareas más rutinarias hasta las decisiones más importantes. Esto abarca desde planchar la ropa hasta la intimidad conyugal. En todas estas acciones, mi objetivo es que mi cónyuge pueda percibir que le estoy demostrando constantemente mi amor exclusivo, total y duradero.
¿Y qué importancia tiene el cuidado de la afectividad dentro del matrimonio?
El ámbito sexual es, sin duda, uno de los aspectos cruciales de la vida matrimonial. Si no se vive adecuadamente, puede provocar mucho sufrimiento y dolor. Hay parejas que tienen serios problemas desde el inicio de su matrimonio, ya sea por falta de formación o porque no han tenido suficiente comunicación entre ellos. La incapacidad para expresar sus necesidades y sentimientos puede convertir lo que debería ser un momento de máxima conexión, intimidad y alegría en un momento de incomodidad y desencuentro. Esto puede generar desunión en muchos matrimonios, por lo que es un tema de suma importancia.
También mencionaba que hay muchos novios, especialmente jóvenes, que no se atreven a comenzar la vida matrimonial.
Esta situación es realmente preocupante. Los datos lo confirman. Basta con observar a nuestro alrededor, hablar con amigos, familiares o incluso con los sacerdotes de nuestras parroquias para darse cuenta de la escasez de matrimonios. Hay un factor importante que influye en esto, como es el de las tendencias sociales. Hace unas décadas, la gente se casaba por la Iglesia porque era lo que todos hacían, era una cuestión de moda. Ahora, parece que la tendencia es lo contrario. La falta de modelos positivos en los medios de comunicación, donde el matrimonio se retrata muchas veces de forma negativa, también contribuye a esta situación. Lamentablemente, estamos viendo las consecuencias de la revolución sexual, que ha alterado las percepciones sobre el matrimonio y la familia. Además, muchos jóvenes no han tenido buenos ejemplos en sus propias familias, lo que refuerza la idea de que el matrimonio no trae felicidad, sino más bien sufrimiento y fracaso. Este condicionamiento ideológico y social, junto con la falta de modelos positivos, influye en la decisión de muchos de no querer casarse. Es alarmante que en un país que antes era predominantemente católico, solo el 14% de los matrimonios en el último año hayan sido por la Iglesia. Esto debería hacernos reflexionar y motivarnos a buscar soluciones, como los encuentros para familias organizados por la Diócesis, que buscan revitalizar la vida matrimonial y promover modelos de matrimonios felices y ejemplares, con la esperanza de que más personas deseen casarse.
En las parroquias, en los movimientos familiaristas, ¿qué puede hacerse?
Creo que es fundamental pasar de la teoría a la acción. Se dice que el mejor predicador es «fray ejemplo». Por lo tanto, considero que cada familia debe esforzarse por revitalizarse, encontrar la felicidad y convertirse en un faro de luz para los demás. Cada familia debe cultivar la armonía en lo cotidiano, hacer planes con sus hijos e intentar educarlos de manera adecuada. Las parroquias y los movimientos familiares también tienen la responsabilidad de brindar una sólida formación y buen acompañamiento a las familias. De hecho, si no apoyamos a las familias, estamos perdiendo el tiempo.
Lafuente se despide deseando felicidad a todas las familias de Albacete.