Cambios de opinión

J.F.R.P.
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«No pactar con Bildu, algo repetido hasta la saciedad, resultó otra patraña, y a las pruebas hay que remitirse»

Pedro Sánchez y la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua. - Foto: EFE

Rectificar es de sabios, por eso por eso se admite de muy buena gana cualquier inflexión en el modo de actuar tras constatar inconvenientes o perjuicios, que una decisión cualquiera puede llegar a ocasionar. Todos estamos dispuestos a perdonar errores admitiendo el tortuoso camino de la equivocación, y rectificarlo. A pesar de que los hay empeñados en insistir sobre su negativa a cambiar parte de su existencia, la realidad es que todos, después de una reflexión adecuada, llegaríamos a la conclusión de que determinadas decisiones hubieran sido otras de haber tenido más datos o experiencia al respecto. 

La pertinacia en la equivocación se aleja del propósito de enmienda o reconocimiento de la culpa, lo que determina una tenaz soberbia, mala consejera en la conducta social, donde algunos actos producen estragos entre los ciudadanos. La buena fe de una rectificación se torna en la obcecación perturbadora, que tantas desgracias regala. 

Nuestros líderes políticos, unos más que otros, ignoran sus obligaciones para proteger los derechos y libertades de los ciudadanos abandonando a su mala suerte numerosas vidas anónimas. Los mentirosos no suelen cambiar de opinión; sencillamente, esconden las cartas para hacer trampas y ganar, que de eso se trata en la trayectoria de los truhanes. Los señores, en ese caso, tienen todas las de perder, porque no detectan a tiempo las manipulaciones traicioneras, si carecen de agilidad o determinación para interrumpir una partida trucada. 

Una auténtica falacia. Son muchos los que tienen claro que la promesa de no pactar con Podemos fue una falacia, porque se pactó y mucho. El compromiso público comprometiéndose a no conceder indultos a políticos era una trola, porque se otorgaron con generosidad, lo que se calificó multitudinariamente como un escándalo supremo. No pactar con Bildu, repetido hasta la saciedad, resultó otra patraña, y a las pruebas hay que remitirse. La negativa al acercamiento de presos de la banda terrorista ETA, asegurado sin tapujos, no era más que una mendaz afirmación, pues se ha producido sin freno. La promesa de no derogar el delito de sedición resultó un embuste más, que traerá graves consecuencias. El compromiso de no derogar algunos delitos de malversación no fue más que un engaño. La aseveración de proteger la independencia de la Justicia ha resultado una superchería palmaria. Negar que la Guardia Civil iba a ser apartada de sus funciones en Navarra no fue más que un embuste. La insistente determinación de no pactar con el separatismo no tiene otra consideración que bola mayúscula, lo que tanta desgracia va a derramar en España. La promesa de no subir impuestos sabe a trápala infumable, y de eso conocen los españoles con desesperación. 

La legión de sicarios del pensamiento, como los indolentes acomodados en tantos escaños patrios, se han encargado de disfrazar paparruchas con la desfachatez de los traidores. Determinadas marionetas del escenario político, y esos conseguidores del demonio, no hacen otra cosa que justificar desmanes trágicos con el desparpajo de quienes no tienen interés en el bien común. Auténticos farsantes, adornados de solemnidad y prepotencia, niegan lo evidente con un desprecio asqueroso a la realidad. 

Falacia, trola, patraña, mendaz, embuste, bola, engaño, paparrucha, trápala y superchería son sinónimos de la mentira y nunca podrán calificarse como cambios de opinión. Han sido promesas políticas de alta graduación, solapadas en momentos esenciales para congraciarse con un electorado ajeno a la estafa definitiva, defraudación desproporcionadamente peligrosa, que se obvió convenientemente para evitar la reprobación segura en las urnas. Tanta matraca torticera ha hurtado realidad a quienes debían apostar por esos programas falsificados. 

Son millones de ciudadanos los que tienen clara la traición ética, moral y legal a unos anhelos legítimos aglutinados en una Constitución y un corpus normativo entroncado en el sistema democrático, basado en la división de poderes, modelo asumido en el espacio occidental, donde estamos afiliados. Una retahíla de trolas nunca tendrá la nefasta ventaja de ser considerada como cambios de opinión.