Una sombra demasiado alargada

Teresa Roldán
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Los duros testimonios de dos mujeres maltratadas confirman que sí se puede salir de ese círculo, con ayuda de profesionales de los centros de la mujer y acogida

Carmen, víctima de maltrato. - Foto: Víctor Fernández

El Instituto Nacional de Estadística cifró en casi 32.700 las mujeres que durante el pasado año 2022 sufrieron algún tipo de violencia de género en nuestro país. El último dato facilitado por la Delegación del Gobierno Contra la Violencia de Género correspondiente al mes de septiembre  pasado, elevaba a 836 los casos activos de mujeres maltratadas en el sistema de seguimiento y protección de mujeres víctimas, Viogén.

Con 52 mujeres fallecidas en lo que va de año en España a manos de sus parejas o exparejas nadie puede negar hoy que es tarea de la sociedad en su conjunto concienciar a las nuevas generaciones sobre la necesidad de acabar con esta lacra social, y que celebraciones como las del Día Internacional para la Elliminacón de la Violencia de Género, deben servir para recordar esta dramática realidad que viven a diario cientos de mujeres, pero que la lucha para erradicar estas manifestaciones de desigualdad debe ser diaria, los 365 días del año.

A pesar de que la sociedad avanza, los perfiles del maltratador y de las víctimas que sufren violencia física y psicológica a manos de sus parejas o expareja apenas han cambiado en las últimas décadas, como tampoco los signos de alarma de que algo no va bien en las relaciones conyugales. Es cierto, que hoy contamos con otros instrumentos, como los móviles o las redes sociales, que hacen más patente las actitudes propias de los maltratadores hacia sus víctimas, pero su comportamiento no ha variado.

Sofía, víctima de maltrato.Sofía, víctima de maltrato. - Foto: Víctor Fernándeztestimonios reales. Dos mujeres supervivientes de la violencia de género han querido dar sus testimonio a La Tribuna de Albacete, con el propósito de animar a otras mujeres que están viviendo esta situación a dar el paso que ellas dieron en su día y que les ha permitido, también gracias a la ayuda de familiares y de profesionales como los que trabajan en los centros de la mujer que hay repartidos por la geografía provincial, salir de ese círculo de violencia en el que estaban sumidas. Ese apoyo que recibieron cuando más hundidas estaban, quieren devolverlo ahora con estas historias de superación. 

Tanto Carmen, de 60 años, como Sofía, de 57, nombres ficticios que hemos utilizado para preservar su anonimato, tras muchos años de sufrir agresiones físicas y verbales de manera continuada hoy están felices y han superado ese duro trauma, aunque se emocionan cuando recuerdan las difíciles situaciones pasadas. Hoy viven alejadas de ese mundo que había llegado a anularlas como personas por el hecho de ser mujeres, y es que la violencia de género es la manifestación más cruel y grave que existe de desigualdad entre hombres y mujeres.

apoyo profesional. Es duro escuchar las historias de estas dos mujeres fuertes que dijeron: basta, y que tras denunciar a sus parejas y separarse pusieron tierra de por medio:  una echando a su maltratador y cambiando las cerraduras de su casa, con orden de alejamiento fijada, y otra dejando su hogar para junto con sus dos hijos abandonar su ciudad y trasladarse a una casa de acogida de un municipio de la provincia.

Aunque son casos distintos, porque mientras Carmen sufrió reiteradamente malos tratos físicos, Sofía en cambio sólo experimentó el maltrato psicológico, pero las dos comparten haber vivido muchos años con hombres que no las valoraban, que las menospreciaban continuamente y que sólo las querían para ellos, como un objeto de su propiedad.

Gracias al apoyo profesional de los trabajadores de los centros de la mujer y de las casas de acogia de la red que gestiona el Gobierno regional, Carmen y Sofía son hoy dos mujeres libres de la violencia machista, con trabajo y con una vida normalizada. No olvidan los años de malos tratos vividos, pero ahora lo observan desde la lejanía de haber dado el paso correcto para salvar su vida y la de su familia. Son un ejemplo a seguir.

Carmen: «Me dolía más el sufrimiento de mis hijas que los golpes que me daba»

Carmen registró el primer episodio de violencia poco antes de contraer matrimonio, pero al final la familia le restó importancia y se casó, los golpes duros llegaron poco después, incluso durante los dos embarazos de sus hijas. Malos tratos continuados que sufrió durante más de dos décadas, hasta que con 45 años decidió poner punto y final a su relación y denunciarlo. El punto de inflexión para tomar esa decisión y dejar atrás el miedo acumulado durante 25 años fue ver cómo su marido zarandeaba a su hija en un intento de lo que en un futuro podría convertirse también en maltrato.  Carmen afirma haber tenido durante mucho tiempo un sentimiento de culpa por lo que le llevaba a esa violencia desatada, y ahora con 60 años piensa que ha desaprovechado su vida. «Yo siempre tenía la culpa de sus enfados que acababan en una paliza, bien porque me iba a tomar un café con unas amigas y desconfiaba de mis amistades o que no me quedaba embarazada, «cuando la realidad es que yo siempre me ocupaba de todas las cosas de mi casa». El problema venía, según Carmen, «cuando llegaba el fin de semana y salía y bebía, porque se transformaba en  otra persona, como un animal, se ponía agresivo, y entonces la emprendía conmigo a palos; aquí se montaban verdaderos escándalos y a mí me afectaba al día siguiente salir a la calle y que se hubieran enterado los vecinos».Además «incluso una vez me sacó el cuchillo y dijo que me iba a matar, yo he visto muchas veces que de esa situación no salía viva».

Sus hijas han vivido en ese círculo de violencia muchos años, aunque Carmen intentaba que no se enterasen. «A mí me dolía más el sufrimiento de mis hijas, que los golpes que a mí me daba mi marido».

También ocultó durante muchos años el problema a su familia. «No quería disgustar y darle problemas» a mi madre, que estaba enferma y después de haber criado a 10 hijos, se preocupaba mucho por todo».

Antes de tener a sus hijas, Carmen cuenta que «cuando llegaban las dos de la madrugada de un viernes y mi marido no había venido yo temblaba y pensaba que en cuanto llegara íbamos a tener un lío y la paliza que recibiría estaba asegurada. Por eso me busqué  un escondite en la habitación de invitados de dos camas que tenía, debajo de una de ellas echaba una manta y me refugiaba, cuando él llegaba miraba en todas las habitaciones y al no encontrarme se acostaba. A la mañana siguiente le decía que me había ido a dormir a casa de mi madre. Ya embarazada también seguía ocultándome debajo de la cama, por miedo a que de un porrazo matara a mi bebé».

Cuando nació su hija, esta mujer víctima de la violencia de género encontró el amparo para esos días de embriaguez de su marido en casa de una hermana. «Como conocía  mi situación, pensé que no podía dar lugar a tener otro hijo, por eso mis dos hijas se llevan ocho años, accedí a quedarme embarazada para darle una hermana a mi hija que me lo pedía con insistencia».

Tampoco con una segunda hija cambió la situación de malos tratos a la que se enfrentaba Carmen todos los fines de semana, aunque su madre se enteró de lo que pasaba y ella decidió dejar a su marido e irse a vivir con sus padres, pero sus súplicas «diciendo que me quería mucho y que no podía estar sin nosotras, porque si no se mataba, me hizo darle otra oportunidad».

Su maltratador, que hace tres meses fue hallado muerto en su casa por un infarto, nunca reconoció lo que  hacía, negaba los malos tratos, y eso «que la Policía se lo llevó varias veces detenido de mi casa, incluso teniendo ya orden de alejamiento, le cayeron ocho años de prisión». 

Su víctima, lejos de guardarle rencor, corrió con los gastos del entierro.

Sofía: «Yo creía que sólo si había maltrato físico mi denuncia de malos tratos tendría efecto»

Sofía, de 57 años, y dos hijos, es otra víctima de violencia de género y afirma que nunca sufrió violencia física, pero sí psicológica, prácticamente desde su noviazgo ya descubrió que su pareja era tremendamente celosa, pero en ese momento, fruto del enamoramiento, no le dio importancia a algunos signos de alarma.

El maltrato psicológico hacia Sofía comenzó a los pocos meses de estar casada, estando ya embarazada de su hija, «sobre todo los episodios más frecuentes venían cuando bebía, que se ponía muy agresivo, gritaba delante de la gente para ridiculizarme, daba puñetazos, rompía cosas, pero nunca me pegó, y eso que yo intenté en ocasiones provocarlo para que me pegara, porque era la única salida que yo veía para poder denunciarle».

Sus hijos empezaron a crecer y entonces Sofía decidió que no quería que ellos vivieran en ese ambiente de maltrato permanente.

Además, los insultos y gritos no sólo iban dirigidos a Sofía, sino también a su hija. «Cuando mi exmarido se ponía agresivo también lo pagaba con mi hija y si la veía discutiendo o regañando con su hermano la cogía, la enganchaba y la tiraba contra el sofá, de hecho mi hija le puso una denuncia por maltrato a su padre, porque con 16 años se enteró que tenía novio y la buscaba por la calle y la humillaba y dejaba en ridículo delante de sus amigas».

Estas acciones y el hecho de que la pareja empezara a trabajar junta,  en el restaurante de su propiedad, «hizo que los dos últimos años antes de separarme fuesen un auténtico infierno. Mi exmarido vio que si bebía no podía trabajar, por lo que empezó a  consumir cocaína, se volvió esquizofrénico, tenía paranoias, hablaba incluso con gente imaginaria, vamos que había momentos en los que perdía la cordura por completo», afirma Sofía, que llegó una noche en que decidió poner punto y final a su relación de pareja. «Le dije hasta aquí hemos llegado, fue cuando me sacó un cuchillo y me dijo que si me separaba me mataba». 

A Sofía, su maltratador nunca le dejó trabajar mientras sus hijos fueron pequeños. Unos años de trabajo en un taller de confección fue lo único que consiguió esta víctima, hasta que su acosador logró llevársela a su restaurante, alegando que la necesitaba para llevar la administración. 

Todo se precipitó una noche que su maltratador llegó a la casa de madrugada ebrio y gritando, situación que le provocó a la víctima un fuerte ataque de ansiedad. «Entonces mi hija se levantó y cogió el teléfono para llamar a un médico, pero su padre se lo quitó y dijo que yo no necesitaba ningún médico;mi hija se pasó al baño y llamó a la Policía, cuando llegaron yo les relaté lo ocurrido y que me quería ir de allí. Me pusieron un coche de la Policía custodiando mi domicilio hasta el día siguiente, que me atendieron en el centro de la mujer; la verdad es que se portaron muy bien conmigo».

Cuando se celebró el juicio de separación Sofía renunció a quedarse en su domicilio, «no quería sufrir ni que mis hijos sufrieran un acoso constante de mi maltratador, quería salir de esa vida, nunca pensé que en la casa de acogida me ayudarían tanto como lo hicieron».