Conquistar el Palau de la Música de Valencia no está al alcance de todos. Solo de los elegidos. La Comunidad Valenciana es patria de tradición musical a raudales por lo que adentrarse en la nada desdeñable infraestructura musical del Palau y verlo a rebosar en la tercera semana de enero para presenciar y ver triunfar a dos músicos manchegos no sucede todos los días. Ni tampoco por casualidad. El programa ya de por sí era un reto para el daimieleño Manuel Blanco (1985) ante el siempre y complejo Concierto para trompeta en Mi Mayor de Hummel y una segunda parte con la Séptima Sinfonía de Beethoven, con la obertura La forza del destino (Verdi) bajo la batuta del almanseño Martín Baeza (1972) 'exiliado' en tierras alemanas por su reconocido prestigio.
Maestro y alumno, pasado y presente del virtuosismo de la trompeta, se ganaron el respeto y el aplauso de los casi 1.800 asistentes en una noche que difícilmente olvidarán. Blanco parafraseó cada movimiento de las notas de Hummel sin despegarse ni sobresalir de la Orquesta de València, con una delicada interpretación y un sonido limpio, y muy expresivo, marca de la casa, al que Baeza le acompañaba con los ojos cerrados, acunando cada entrada. Esa química, forjada durante décadas, consiguió que el trompetista principal de la Orquesta Nacional de España levantara al público en su alegato final. Porque si algo caracteriza a Blanco es su magnetismo con el oyente. Convierte la tensión y la frialdad de una plaza como era la noche del viernes del Palau en una confidencia de respeto mutua. Tras varias salidas a saludar brindó un sentido homenaje con "todo el cariño" a las víctimas de la DANA con la siempre melancólica Oblivion de Piazzola, muy presente en su trayectoria y repertorio. Pero da igual las veces que se escuchen de su fliscorno. Al piano, a cappella o en orquesta como el viernes -donde el concertino hizo un magnífico solo-, Blanco emocionó hasta la médula para cerrar un segundo bis con la Nana de Manuel de Falla para recordar sus otras raíces musicales, las valencianas, cuando fue estudiante en esa ciudad bajo la dirección de José Ortí -presente en el público-.
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A la vuelta del descanso, la magia del maestro Baeza mantuvo la atención en la Séptima de Beethoven, en especial en el último movimiento con su expresiva y atinada dirección de la que arrancó unos meritorios minutos de aplausos en una plaza 'extranjera', por muy a tiro de piedra que quede Almansa. Porque para ver estas actuaciones de esta talla y altura siempre hay que salir de las fronteras castellano-manchegas. Ni existen auditorios como el Palau ni orquestas de titularidad pública como el resto de comunidades autónomas. Ni programas de música clásica de temporada en ninguna de las cinco capitales de la región por muy a reventar que estén los conservatorios. Solo intentos esporádicos de profesionales por cubrir ese hueco huérfano en los cuarenta años de estatuto. Baeza y Blanco son la expresión de esos hijos prodigios que asaltan el Palau como 'extranjeros' de una tierra que solo los reconoce desde el anhelo.