No soy muy bueno memorizando. Siempre he admirado a esos tipos, aunque hay que reconocer que a veces son tremendamente cansinos, capaces de desplegar un repertorio de chistes para cada momento y situación, o a esos otros que saben apuntillar con una cita o un verso de un poema, sin ser pedantes o clavarnos el apunte con calzador.
Pero me temo que soy uno más de esos a los que la cita lapidaria o la frase ingeniosa y oportuna se le ocurren a posteriori, como diría Onetti, cuando ya nada importa.
El caso es que el otro día vi sentado en un banco a un chico joven con esa mirada ineluctable de a quien le acaba de dejar su chica. Y a la chica yéndose lenta, larga y elegantemente… para en el último instante mirar hacia atrás sin ira diciendo, sin palabras, hasta nunca; con esa mano desmayada que no se sabe si está acariciando el aire o arañándote el corazón; con esa sonrisa imperceptible que se te queda grabada para siempre. Y es que, las cosas como son, y perdónenme los integristas de la paridad, nadie rompe tan bien una relación como una chica que rompe bien un corazón. Ya que Romper, como bien saben Pedro Sánchez, Cándido, Tyson o Goicoechea, cada uno en lo suyo, es un Arte nunca lo suficientemente bien ponderado.
Y no sé por qué, fue un instante, pero viendo a ese chico con la mirada perdida en Toledo: en esa postal que aquellos publicistas japoneses bautizaron como la vista más bonita del mundo (aunque al chaval en ese momento como si le ponen delante a Zendaya), que se me vino a la mente un poema del gran Pepe García Nieto, que si no escribió desde el banco del madrugador castillo de San Servando en el que estaba sentado el chaval, probablemente compuso evocando a un chaval como el del banco.
CANCIÓN DE AMOR DESDE LEJOS
Toledo en mi corazón,
y en mi soledad tus ojos.
¿Memoria de qué, mi amor?
¿Memoria de qué batalla,
ganada en qué dura almena,
levantada en qué mañana?
Madrugador el castillo,
dormido el río en la vega,
y tú soñando conmigo.
Para decirte, mi amor,
dónde empiezan mis caminos,
a Toledo he de volver
con tus ojos por testigo.
Reconozco que se me escapó alguna lagrimilla, viejo que se está haciendo uno, y que hasta pasó por mi mente hablarle…, pero no teman, aún no estoy tan imbécil como para hacerlo, ya que probablemente el chaval me habría atizado sañudamente y con razón. Además, hay según qué dolores que lo suyo es que uno los paladee solo.
Y es que, como siempre dice Santiago Sastre, largo se hace el día para quien no ama; y a ese chico no queda más que envidiarle en su pena porque, a fin de cuentas, ha amado. Ya vendrán tiempos mejores. Solo desearle que no le vengan rupturas peores, como las que desgraciadamente creo, se nos avecinan a todos.