Mercurio, Ares para los griegos, era hijo de Júpiter y Maia, una de las Pléyades. Como ocurre con los dioses de la mitología greco-romana sus habilidades quedaron patentes ya desde su nacimiento en una gruta de Cilene. Cuenta el mito que cuando era niño robó el carcaj de Eros, el cinturón de Afrodita, los bueyes de Apolo y para no dejar huella de sus pasos primero caminó hacia atrás, produciendo el engaño, después calzó sus pies con sandalias aladas, adquiriendo velocidad. Así era venerado como el dios de los ladrones.
Un largo camino recorrió el dios con el ganado, de ahí que la mitología lo convirtiera en el protector de los caminantes, de los viajeros. También de los que emprenden el viaje final a través de la muerte, a los que Mercurio conducía hasta las puertas del Hades, por eso es también un dios psicopompo, es decir los que trasladan las almas de los muertos.
Tras ese episodio del robo de ganado, de una tortuga extrajo la concha con la que fabricó un instrumento musical, la lira. Cuando Apolo le reclamó el objeto del robo Mercurio tocó el instrumento musical y lo ofreció a Apolo a cambio, este quedó encantado con la melodía y aceptó el trueque, por ello Apolo es representado con la lira. Mercurio es así patrón de comerciantes, de oradores elocuentes capaces de convencer, y protector de la música.
Zeus le concedió ser el mensajero de los dioses y como tal en su cabeza lleva un sombrero de ala ancha para protegerse del sol y la lluvia, el petaso, pero es un sombrero alado que lo hace más veloz, aunque a veces es representado solo con las alas saliendo de entre los cabellos. Porta las sandalias también aladas. En una mano el caduceo, una vara con dos serpientes enrolladas como imagen de las dos que separó en una pelea, que representan la prudencia y la salud. En la otra mano lleva el marsupium o bolsa del dinero, pues no en vano es el dios del comercio, también de los ladrones.
Una pequeña escultura encontrada en Alcalá del Júcar.
En la pequeña escultura de bronce del Museo de Albacete está desnudo solamente cubierto por un manto, la clámide, que le cae desde el hombro izquierdo; sobre su cabeza un pequeño gorro alado. En su mano derecha el marsupium o bolsa donde guardar el dinero, en la izquierda portaría un caduceo.
Su imagen se encuentra también en el mosaico de las estaciones y los meses hallado en Hellín y conservado en el Museo Arqueológico Nacional. Ahí personifica al mes de mayo en que se celebraba la fundación del templo que tenía dedicado en Roma, y particularmente la fiesta llamada mercurialia que era el día 15, cuando los comerciantes imploraban protección y perdón rociándose con agua de un pozo sagrado de Porta Capena.
Dioses protectores de la casa, y de los caminos.
Mercurio mensajero, protector de caminantes y comerciantes, de la música, de la oratoria, en los círculos domésticos de la antigua Roma era venerado junto a los Lares. Eran estos dioses menores, hijos suyos, relacionados con la protección del entrono doméstico, con la casa y sus límites, a los que se encomendaba evitar que tanto extraños como enfermedades entraran al hogar, y a la vez propiciar traer la fortuna a la vida familiar.
Se representan mediante figuritas colocadas en pequeños altares, los lararium, cerca de las entradas de las viviendas, a las que ofrecían dones tales como alimentos y coronas vegetales, ante los que al menos una vez al mes se quemaba incienso y se hacían libaciones de vino, y a los que se rezaban oraciones. Su importancia fue tal en el ámbito doméstico que ni siquiera el cristianismo como religión oficial llegó a acabar con ellos, y hubo que esperar a un edicto del emperador Teodosio del año 392 para ser definitivamente prohibidos.
Plauto, en la comedia Aulularia en la que trata de un avaro que esconde su dinero en una olla, un Lar introduce al ambiente doméstico de la siguiente forma: “Para que nadie dude de quién soy lo diré en pocas palabras: yo soy el Lar, el dios de la casa de la cual me habéis visto salir…”
(*) Directora del Museo de Albacete.