La crítica -
Por Juana Samanes
El final de la Segunda Guerra Mundial fue una época de grandes migraciones, entre ellas de muchos supervivientes del Holocausto que, despojados de los nazis de todas sus posesiones y, lo que es más grave, de su dignidad, buscaron países lejos de sus lugares natales para comenzar una vida nueva. Lo que narra de The Brutalist es la historia de un genial arquitecto húngaro que emigra a Estados Unidos esperando reunirse allí con su esposa, de la que durante años estuvo separado al ser encerrados ambos en diferentes campos de concentración. Pero este relato duro, en algunos momentos sórdido, pero siempre apasionante es todo menos esperanzador puesto que describe el reverso del anhelado sueño americano, donde los inmigrantes eran mirados con mucho recelo por los ciudadanos de ese país.
Lo primero que llama la atención de este film es su duración: tres horas y treinta y cuatro minutos, con un descanso de 15 (como se hacía en décadas anteriores con las superproducciones de largo metraje) no obstante que eso no les asuste, porque es un drama que nunca aburre gracias a que lo que narra tiene fuerza porque toca muchos temas "de calado", algunos totalmente actuales, alrededor de la otra cara del sueño americano: la xenofobia, la dificultad de integración, las secuelas psicológicas de las víctimas del holocausto, la genialidad, los celos, la bondad, la maldad.
El titulo de la película, The Brutalist, obedece al estilo arquitectónico que se puso de moda en los años 50 y en el que trabajaron en EEUU muchos de los inmigrantes judíos que se asentaron en el país: un estilo austero, sin ornamentos, con el empleo de formas geométricas sencillas y que utilizaba normalmente el hormigón. En ese escenario de creación, el protagonista de este film, el genial arquitecto László Tóth (Adrien Brody), se convierte en la pieza a humillar por parte de su mecenas, un empresario cruel y dictatorial prepotente, Harrison Lee Van Buren, que se cree dueño de posesiones terrenales y de personas. László, que es un hombre torturado y con un gran estrés postraumático, se convierte en la víctima perfecta de este sinvergüenza carente de moral. Con mimbres de melodramas de época, la película encierra una historia de amor con mayúsculas entre el arquitecto y su valiente esposa, ambos ejemplo de perseverancia y supervivencia.
De argumento original, este largometraje, coescrito por el director Brody Corbet junto con Mona Fastvold, tiene trazas de que va a ser una de las películas más premiadas de este año 2025. Si la banda sonora enmarca, y apoya, perfectamente lo que vemos en pantalla, lo que resulta impactante es la forma de estar rodada con cámaras de Vistavisión, ideales para panorámicas magistrales que aparecen en la película.
Siendo como es una cinta muy larga y con dos partes, claramente es superior en calidad la primera donde abundan las imágenes sutiles pero perfectamente entendibles, frente a la segunda mucho más brutal y amarga