‘El Abrazo’, cuadro al óleo de Juan Genovés que fue símbolo de la Transición Española, ha vuelto a estar de moda gracias al Covid-19. Aquella reconciliación de todos, tras la Dictadura Franquista, significó una clave esencial en la sociedad española y fue el abrazo, la unión entre todos los partidos, las ideologías, los pensamientos, los colores, las regiones, etc., la que definió un camino hacia la democracia, hacia la igualdad, hacia la convivencia.
Puede que un abrazo no tenga solución al problema que nos ocurre, que ni aleje o haga desaparecer lo que nos rodea -en este caso, el Coronavirus- pero su magia recompondrá nuestras heridas y provocará una satisfacción de alivio en nuestro sufrimiento, transmitiendo que más allá de esta pandemia, de esta situación de humillación en la enfermedad desconocida, ahí esperanza, deseo, afecto, amor, cariño, sentimiento. ¿Cuándo podremos darnos ese abrazo?
Ahí, tal vez, esté más el problema que en su definición esencial. En el cuándo. Nosotros, los españoles, latinos de condición, ‘sobones de tradición’ y cariñosos en demasía, somos muy dados a ejemplarizar con un abrazo, besos intensos si cabe, confabulación física de afecto, lo que nos queremos o lo que nos añoramos, incluso lo que nos hipocritamos -vaya frase sacada de la chistera y patada dada al diccionario-, pero que pretende hacer ver, cómo hay abrazos sinceros, pactados con nuestro corazón y sentimiento, creyendo lo que hacemos y sintiendo por la otra persona que abrazamos, un calor fraternal indescriptible, necesario, deseado; pero también y como fruto de esta sociedad egoísta, nos abrazamos muchas veces, a algunas personas, sin que sintamos aprecio alguno en esa confabulación de la necedad que tanto rige estas sociedades capitalistas; pero está en el ritual del español y eso se lleva, aunque no se sienta.
Ahora que no podemos, deseamos hacerlo con verdadero sentimiento de afecto, seguro, porque un abrazo sincero es amar en toda regla, es acariciar el alma de la otra persona y proporcionarle un refugio entre nuestros brazos. Es un gesto pequeño pero repleto de sentimientos que cura y recompone a nivel emocional. Abrazar es hablar el lenguaje del corazón y yo, sin duda, lo deseo con toda mi alma.
Pero habrá que esperar, dicen los consejos sanitarios, habrá que constreñir nuestros ‘egos de deseo’ y aguantar sin demostrar lo que queremos a los otros, haciendo simple y llanamente un guiño de ojos, algo que casi se había perdido.
¡Curioso, verdad! Ahora son los ojos, la pieza clave y vital entre nosotros. No vemos la boca -para eso se encarga la mascarilla- y no podemos apreciar los pómulos y sus sensaciones placenteras de espejo, sólo vemos los ojos porque hasta la nariz, testigo de la maldad, está escondida, y es ahora, cuando la mirada tiene profundidad, sentimiento, destello de sinceridad o injuria. Los ojos son el espejo del alma, pero ahora, mucho más que universalmente lo han sido; ahora son la clave de ofrecernos sinceridad o engañarnos. Valoremos pues, la mirada y con ello, valoraremos el corazón, la voz de ese afecto, amor o recelo que nos une o nos separa.
Pero aún así, no olvidemos que habrá que volver al abrazo, porque sin roce no hay cariño y sin cariño no hay convivencia y sin convivencia no hay perdón y sin perdón no hay valores y sin valores no hay nada, de nada. O nos abrazamos o moriremos por inanición en poco tiempo, estoy convencido; así que yo, cuando no me vean los sanitarios y sus vigilantes, me abrazaré a quién yo quiera, seguro.