Recurro como siempre a la definición clásica, y nunca mejor dicho por eso del latín, para definir lo que siempre fue Mare Nostrum. Estaba en el centro del imperio romano y fue el nombre dado por los propios romanos en su época imperial intentando definir la propiedad del espacio a ese ‘mar nuestro’ como dominio a perpetuidad.
Aquel mar azul, de reflejos metálicos y aguas limpias, donde parecían encontrarse el cielo y la tierra, surcado por miles de embarcaciones fenicias, griegas, cartaginesas, romanas, hispanas y troyanas, entre el nacimiento del sol y las columnas de Hércules, mundo mitológico de dioses y ninfas, hoy se ha convertido en la tumba colectiva más grande jamás conocida.
Aquel lugar, donde nuestra flota imperial bajo Felipe II hizo besar sus aguas al mismísimo Soleiman y el imperio otomano; donde arribaron las naves de Poseidón en fase mitológica, y donde bellas playas reciben a miles de turistas, de un lugar a otro de los continentes del mundo, alberga entre sus aguas y sus profundidades, los cuerpos inertes de miles y miles de emigrantes norteafricanos, centroafricanos y de los rincones más alejados de una África perdida entre el engaño y la miseria. Nadie de este mundo globalizado, capitalista, opulento y poderoso se esfuerza para conseguir ayudar a quienes, perdidos, engañados y necesitados, buscan una luz de esperanza ante la opresión, la guerra, las enfermedades, la pobreza y la hipocresía.
Desde el 2010 el número de inmigrantes que llega a España cada año es trescientas cincuenta veces menor que el número de turistas que visitan anualmente nuestro país, excepto estos dos años de pandemia. Y sin embargo, el número de muertos sextuplica esos índices.
Recuerdo las palabras, no hace mucho, de Alejandro Porro, un socorrista de la Ocean Viking, nave de la ONG SOS Mediterraneo cuando avistó decenas de cuerpos sin vida y los restos de un gomón gris: «Nos encontramos literalmente navegando en medio de cadáveres». Esto no parece tener final. Las autoridades siguen obviando en su justa medida, la tragedia que supone el paso del Mediterráneo para esos emigrantes que buscan trabajo y una nueva vida de esperanza. El mundo es de todos y para todos.
No puede ser que hayamos pasado de 170 muertes en el año 2020 a 600 en este año 2021, en ese Mar que la historia llamo Mare Nostrum, para surcar y vivir de sus aguas, y no para surcar y morir en ellas, por imprudencia, descontrol, desaprensión, olvido y negligencia, sin más.
Quizá, los romanos nunca pensaron que aquel bello apelativo podría encerrar más muertos que cualquier otro espacio marino del globo terráqueo. Seamos conscientes de la tragedia, tomemos esas medidas que ahora parecemos ‘dejar de lado’ y afrontemos la situación como mundo civilizado de lo que es repartir la riqueza territorial de igual manera en un equilibrio que nos definiría como humanos.