Pensar es un acto de elección. La clave de lo que tan frívolamente llamamos la ‘naturaleza humana’, el secreto a voces con el que vivimos pero que tememos nombrar, es el hecho que el hombre es un ser de consciencia volitiva. La razón no funciona automáticamente; pensar no es un proceso mecánico; las conexiones de lógica no se hacen por instinto. La función de tu estómago, de tus pulmones o de tu corazón es automática, la función de tu mente no lo es. En cualquier hora y circunstancia de tu vida eres libre de pensar o de evadir ese esfuerzo. Pero no eres libre de escapar de tu naturaleza, del hecho que la razón es tu medio de supervivencia, así que para ti, que eres un ser humano, la cuestión ‘ser o no ser’ es la cuestión ‘pensar o no pensar’.
Un ser de consciencia volitiva no posee un curso automático de conducta. Necesita un código de valores que guíe sus acciones.
Aquí hay mucha filosofía, sin duda, por eso, cuando reflexionamos más de la cuenta, tal vez porque hay confinamiento obligado como es ahora, nos damos cuenta de factores o situaciones en las que antes apenas habíamos caído.
Yo creo, y en eso estaremos muchos de acuerdo, según va la situación política y social de ahora, que un entorno social no puede obligar a una persona a pensar ni impedirle pensar. Pero un entorno social puede ofrecer incentivos o impedimentos; este podría ser el caso de ahora y así nos damos cuenta que esos incentivos como es la esperanza o esos impedimentos como son las medidas sanitarias a las que estamos expuestos, pueden hacer el ejercicio de la facultad racional de cada uno de nosotros más fácil o más difícil. Yo creo que estimula el pensamiento y además penaliza la evasión o podría ocurrir al revés.
Nos dice el Diccionario que libre albedrío es la potestad del ser humano en obrar según considere y elija. Esto nos induce a pensar que las personas tenemos libertad para tomar nuestras propias decisiones, sin estar sujetos a presiones, necesidades o limitaciones. Tenemos la libertad como seres humanos para hacer el bien o hacer el mal, y ahí quería llegar.
Según el Derecho Penal, el libre albedrío sirve de fundamento legal para el castigo de los delincuentes. Esto significa que si un individuo, al cometer un delito, ha tenido la libertad para decidir hacer el mal, entonces también ha elegido o aceptado, en consecuencia, la pena o castigo aplicado para dicho delito. Esto, desde luego, en caso de verse frustrada la impunidad.
Entonces, a cuenta de qué traigo esto aquí, a mi columna semanal. Pues que -según van los tiempos- el libre albedrío ha cogido forma y fama; es decir, ahora, en estas situaciones, nos estamos dando cuenta -algunos y no todos- que esa facultad de elegir con libertad nuestras decisiones, están afectando para bien, y sobre todo, para mal, al resto de los ciudadanos. Y es que es así. Por culpa de unos irresponsables, ineptos en responsabilidad, o tontos en sus planteamientos -ya me dirán el simpático de Miguel Bosé con sus palabras- la situación socio-sanitaria está llegando nuevamente a unos límites gravísimos, en los que mucha culpa tenemos nosotros que por libre albedrío, hacemos lo que no debemos o tomamos decisiones que no tienen, ni lógica -palabra desgraciadamente en desuso-, ni razón, y de una u otra manera, estamos volviendo a poner en peligro de vida o muerte a los sanitarios, a nuestro entorno familiar, a nuestros padres y abuelos y caemos en la sensación de que nadie se va a salvar de esta pandemia.
Pues bien, con libre albedrío o sin él, habría que ser razonadamente responsables, socialmente respetuosos, acertados en la convivencia como arma de vida y sobre todo, solidarios, algo que no somos y ello nos conducirá -si seguimos ese camino- a un destino sin final. ¡Veremos qué pasa, amigos!