Estamos en tiempos curiosos y si cabe, raros en algunos aspectos desconocidos. Después de la pandemia, algunas personas han llorado sangre –algo que es relativamente común en algunas mujeres cuando tienen la menstruación- y sin embargo, le ha sucedido a personas en lugares excesivamente fríos, momentos de hipertensión por estrés acumulado o alta presión arterial por la incertidumbre en el trabajo o por algunos mecanismos abusivos en otros muchos condicionantes de violencia de género o bulling.
Sin embargo, este tema de la Hemolacria se puso de moda en el siglo XIX (1897) cuando el escritor irlandés Bram Stoker sacó a la luz su obra sobre Drácula (creación ficcional que tantos largometrajes y libros ha producido), convirtiendo a este personaje en uno de los más célebres de todos los tiempos. Su inspiración se basó en un príncipe real, cuya apariencia física se pudo desvelar a raíz de unos trabajos científicos por medio de las biomoléculas históricas, retenidas en una carta del siglo XV, escrita por el aristócrata que transformó la literatura en el vampiro más famoso de la humanidad.
La ciencia nos sorprende –afortunadamente- con mucha asiduidad, como fuente de hallazgos y posibilidades. Por eso, 550 años después de la existencia de Vlad III, de Valaquia, príncipe conocido como Vlad el Empalador o Vlad Drácula, héroe nacional de Rumanía, el análisis desveló ciertos rasgos de su fisonomía, gracias a los científicos Gleb y Svetiana Zilberstein, apodados como «los detectives de proteínas», intentando construir la apariencia física de este personaje y descubrir sus condiciones ambientales.
Por tanto, Vlad el Empalador lloraba sangre cuando «atacaba sexualmente a sus víctimas» y esa curiosa reacción que tiene el nombre científico de hemolacria sigue estando presente en personas de nuestro entorno –no muy habitual-, pero sí posible, cuando las circunstancias de nuestro sistema inmunológico ha sufrido alteraciones o se encuentra en estados poco normales.
No sé, si también hay políticos en estado de schok que han llorado sangre, o cantantes eléctricos 'chutados' para mantener en pie su figura y su voz; o tal vez, sean solamente aquellos sufridores de la dichosa Covid19 en sus secuelas inesperadas; pero sin duda, en este siglo XXI se está llorando sangre con más facilidad que en el pasado siglo XX –salvo nuestro querido Drácula o Vlad, tan ensimismado en la pantalla cuando afila colmillos para sus víctimas en actitud sexual-. Por eso, sea cual fuere, permítanme un consejo para los portentosos y varoniles seductores cuando alcanzan ese subidón en su presión arterial y con ello, la hemolacria tendrá abono permitido: que se analicen la presión arterial o la presión vía testosterona antes de afrontar aventuras rocambolescas o vanidosas.