«Vamos caminando hacia el mar y las nubes empiezan a cerrar su espacio y en dos minutos, tapan la luz de la luna y apenas se puede ver el brillo de alguna estrella. Todo ha quedado oscuro y una negrura palpitante me impide ver la senda dibujada. Por un momento, no veo nada, ni siquiera lo que me rodea y me alberga un miedo atroz. Deseo correr para huir de ese momento terrible, agobiante y me llena una angustia sin límites».
Este fragmento inventado sirve para definir esa ausencia de luz, ese negro que no siendo total en su oscuridad de la naturaleza, me ha arrastrado al miedo, y me hace tener un comportamiento psicológico propio, el mismo que se repetiría en cualquier ser humano en esas circunstancias. Es el color negro.
El negro era uno de los cuatro colores primarios de la paleta en la Grecia Clásica, en Roma se convirtió en el color del luto, en Egipto en el símbolo del inframundo y a lo largo de los siglos tuvo directa relación con la brujería y la magia.
Dicen los amantes de la astrología y seguidores del Zodiaco que el negro está aliado con Escorpio y Capricornio; al primero, por la transformación y el nacimiento, y al segundo por ser un color ligado a emociones fuertes. Si lo dice esa «gente», así será.
Y ahora, amigos, está de moda. No hay que retroceder a los tiempos de la corriente ‘gótica’ en la década de los noventa del pasado siglo, donde jóvenes lucían sus cruces, remaches, botas, cadenas, esvásticas y todo un conjunto de vestimenta en ese negro, puro y zaíno, no; simplemente hay que observar a nuestras gentes, hombres y mujeres de ahora, que utilizan el negro para ceremonias, bodas o presentaciones, porque dicen que estiliza más que ningún otro color, y que la ‘mancha’ apenas se nota en eso de comer sin servilleta o de retozar en tiempo.
Y si lo analizamos, con sorna o sin ella, el color negro es ausencia de color, pero hace resaltar mucho más el color de nuestra piel, en canas o «pelo platiao» -como se dice en allende los mares-, en rubias y pelirrojas y, cómo no, en jóvenes universitarios cuando recogen su orla o su banda de fin de carrera. Del luto que utilizaban nuestras abuelas, a la moda de estos años del siglo XXI. Así es la vida, no hay que darle vueltas...