Contador de historias y maestro de actores. Nadie como Berlanga ha retratado mejor la vida de los españoles a lo largo del siglo XX a través del cine. Sus películas eran un calco de las alegrías y las penurias de una sociedad que transitó por los momentos grises de la época franquista y que supo esbozar una sonrisa en aquellos millones de ciudadanos que vieron en sus películas un pedazo de libertad, aunque fuese con mucha sorna, ironía y una fuerte dosis de comedia.
Luis García Berlanga (Valencia, 1921-Madrid, 2010), que esta semana hubiese cumplido 100 años, fue un pionero del arte de la imagen y un narrador único de historias singulares en las que todos se sentían de alguna forma representados. Incluso la Real Academia de la Lengua ha admitido con el tiempo el adjetivo berlanguiano, para referirse al particular universo de este cineasta que todos los días, en las noticias, veía el embrión de una película.
Desde la burguesía de principios del siglo pasado, la Guerra Civil, las penalidades de la posguerra y la División Azul hasta la sombría época del franquismo Berlanga fotografió a la perfección la existencia de los algo más de 30 millones de españoles que había en los años 60 en el país. Un territorio que el valenciano conocía a la perfección y que mostró en sus filmes con esa mirada compasiva, no exenta de sarcasmo pero también de cierta esperanza.
Berlanga era «un galimatías contradictorio», en palabras de su buen amigo también fallecido Jess Franco, un tipo «inclasificable» que había dirigido títulos imprescindibles del cine español como Bienvenido Míster Marshall (1953), Plácido (1961), El Verdugo (1963) o París-Tombuctú (1999).
El historiador y sociólogo Santos Juliá ya afirmaba en 2017 que «el cine de Berlanga era como la vida misma. Emocionaba porque, sin dar lecciones, la gente se veía reflejada en sus películas».
Otros, como José Sacristán, valoran positivamente la ventaja de hacerse viejo, porque han tenido la oportunidad de conocer a personas tan sublimes del séptimo arte como Berlanga, Bardem o Fernán-Gómez, directores y actores que forman parte «de una etapa y de una forma de entender y de contar este país tan formidable».
Fernando Trueba asegura sin fisuras que «si uno quiere saber lo que fue este país no hay mejores documentos históricos y precisos que las películas de Plácido, El verdugo y Esa pareja feliz». «Es un cine que va más allá de la propia comedia y que entra de lleno en el realismo más hiperrealista», añade el director de El artista y la modelo quien asegura que las películas de Berlanga hay que visionarlas de vez en cuando.
Se declaraba «un ejemplar humano sin otro credo que la libertad personal», como manifestó en sus peculiares memorias Bienvenido Míster Cagada, un recorrido caótico por su vida, cuyo título provenía del rodaje de la mítica película sobre la llegada del comité del Plan Marshall , porque cada vez que acababa un plano exclamaba Berlanga: ¡Vaya cagada!
Amante de lo natural
Reconocido por la crítica y los premios, Berlanga confesó que su etapa más creativa y de mayor independencia intelectual fue con La escopeta nacional. «Siempre he intentado, vanamente, ser sincero, contar historias de nuestra tierra sin actitudes dogmáticas o docentes. Pero todo el mundo quiere que tomes partido, y eso para mí es renunciar a la libertad», declaró este creador, que siempre persiguió que sus trabajos fueran «un trozo de vida y no una ficción». «No me interesa la perfección técnica», solía advertir el que se autodefinía como «el rey del balbuceo y la inconexión».
Considerado como uno de los mejores directores de actores, a Berlanga no le gustaban James Dean, Marlon Brando, Greta Garbo ni Kirk Douglas, «que hacen creer al público que son geniales cuando la mayoría de las veces son simplemente insoportables». Él, por el contrario, amaba a Amparo Soler Leal, Chus Lampreave, Pepe Isbert, López Vázquez o Manuel Alexandre, a los que este contador de historias castizas le gustaba plasmar para reflejar el sentir de la vida y de sus gentes. Un milagro solo al alcance de Berlanga.