El filósofo Edmund Burke nos dice que «la continuidad es un valor superapreciado por nuestros monárquicos». Todos lo desean, sin duda.
Por eso, el culto a la tradición se ilustra por ejemplo en la permanencia de una extraña noción jurídica que es la prerrogativa real, en virtud de la cual el gobierno político –que ya no es el exclusivamente monárquico- puede arrogarse los poderes de antaño atribuidos a la Corona, que le permiten actuar al margen de la ley. ¿Les suena algo de esto?
Y es que ha muerto la mujer que encarnaba la monarquía tradicional –en el buen sentido de la palabra-, la de verdad, la real, la divina, la de la corona y el cetro, la del sillón dorado y las películas de Disney, la auténtica en una palabra.
Ha sido, sin duda alguna, la monarca que más tiempo ha reinado en la historia de Inglaterra y de Europa, encarnando cierta forma de atemporalidad. Desde aquel desmantelamiento del Imperio al referéndum sobre el Brexit en el 2016, pasando por el movimiento punk, los latigazos de sus hijos, nueras, nietos y miles de episodios rocambolescos propios de una monarquía hecha para el cuento, la leyenda y la historia.
Y todo esto está alimentado por una economía sólida de esa Casa Real. Bien puesta, ideada y llevada a cabo. Esta máquina real y financiera que representa la Casa de Widsor –bautizada como The Firm, o lo que es lo mismo 'la empresa'- está perfectamente adaptada a los tiempos actuales siendo una de las marcas más lucrativas del mundo mundial.
Ha sido un reality show Real constante donde Ella, la mujer más poderosa de aquel territorio anglosajón ha sabido vestir, airear sus sombreros, actuar, ejercer y mostrar su 'personalidad', dando siempre trabajo a la prensa amarilla y 'dineros' constantes a todos lo que a su lado le rodeaban. Y es que lo decía Bahehot cuando afirmaba que «una familia en el trono es una idea interesante».
La reina Isabel ha sido todo un icono perfecto, sabiendo llorar cuando había que hacerlo y reír cada vez que salía a recorrer las calles o asistir a eventos. Y es que esta mujer salvó a las monarquías, no solo a la inglesa que era la suya sino a todas las de Europa y el Mundo, con su forma de actuar y su longevidad en la corona. Elizabeth Alexandra Mary y su apellido, Windsor, aunque para su familia era Lilibet, un apodo que se inventó ella misma de muy pequeña porque no sabía pronunciar su nombre, ha demostrado un gran sentido del poder y aunque no le gustaba la ópera, los conciertos, el teatro, la ciencia y la tecnología, y sí le encantaban los caballos y los perros en palabras de su esposo, se ha ido y ha dejado un vacío, -imposible de llenar- y que ahora, traerá un antes y un después. Seguro estoy que lo viviremos con emoción. Por eso ¡Dios salve a la Reina!