En estos momentos de confinamiento por la epidemia del coronavirus conviene echar mano de la historia y recordar momentos similares de nuestro pasado reciente para comprobar cómo la historia se repite y cómo abordar las mejores soluciones.
No hay mucha bibliografía y estudios sobre estos temas en Albacete, pero sí algunas publicaciones del Instituto de Estudios Albacetenses, se pueden consultar en su web (https://www.iealbacetenses.com), que nos han servido para este breve comentario sobre las epidemias. Me refiero a la extraordinaria síntesis histórica sobre el Hospital de San Julián de Albacete del que también fue director, José María Sánchez Ibáñez, y al trabajo de nuestro querido amigo del Instituto de Estudios Albacetenses, recientemente fallecido, José Manuel Almendros Toledo, que centrado en la personalidad del médico Elías Navarro Sabater nos hizo un diagnóstico sobre la sanidad pública en ese Albacete del XIX, cuando las epidemias asolaban los territorios con mucha virulencia. La situación de Albacete en un cruce de caminos entre el centro de España y el levante y su emplazamiento en una llanura pantanosa, donde las aguas estancadas siempre fueron focos infecciosos, motivó que la ciudad, cuando el fantasma de las epidemias recorría España y Europa, fuera un espacio propicio para las infecciones.
Hubo momentos verdaderamente críticos en 1834, en plena guerra carlista; en 1854 con un cólera galopante y una revolución política en ciernes; en 1865 con un temporal de agua que inundó, además, a más de cien cuevas donde vivía la gente más pobre; y en 1885 con casi trescientos muertos de los mil setecientos infectados y sobre una población que no legaba a los veinte mil habitantes.
san lázaro. Ante estas situaciones se solían repetir las mismas intervenciones una vez que corría la noticia de que alguien infectado llegaba en diligencias, tren o había merodeado por lugares infecciosos. La Junta local de Sanidad dividía la ciudad en distritos con un médico a su cargo, se habilitaban ‘lazaretos’, se cerraba la ciudad con improvisadas puertas y cercas, se dictaban bandos con normas de comportamiento, se proponía las medicinas a tomar y se prohibía la feria que se trasladaba a otras fechas de octubre o noviembre a petición de los vecinos. Los ‘lazaretos’ tienen su origen en la orden religiosa de San Lázaro bajo cuya advocación se dedicaron al cuidado de los leprosos en la época medieval en espacios cerrados. El comercio y la expansión de las epidemias hizo que proliferaran en todos los puertos del Mediterráneo y después en el resto de ciudades cuando llegaban las epidemias.
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