«Ahora es demasiado tarde, princesa. Búscate otro perro que te ladre, princesa». Uno de mis temas favoritos, y es del maestro Sabina.
Una de las sensaciones más desoladoras es saber que ya es demasiado tarde, por eso, te deseo que no se te haga tarde.
Ojalá nunca se te haga tarde para pedir perdón. Que no venza el orgullo, que lo emponzoña y lo pudre todo. Que nos convierte en seres mediocres incapaces de dar voz al corazón, que es el más sabio de todos nuestros órganos.
Ojalá nunca se te haga tarde para expresar lo que realmente sientes y tu boca calla. Ve. Busca a esa persona y colócala delante de ti. Cuéntale que es la dueña de tus pensamientos y que no concibes tus días sin ella. Díselo. Lo demás ya no va a depender de ti.
Ojalá nunca se te haga tarde para comenzar de nuevo. No tengas miedo a volver a volar, a empezar otra vez, a reinventarte, a diseñar una nueva estrategia, a concederte otra oportunidad, a lavarte la cara y salir a la calle gritando que sigues estando.
Ojalá nunca sea demasiado tarde para alejarte, para seleccionar quién sí y quién no. Quién siempre y quién nunca. No te demores en ser selectivo, cuida tu espacio y tu entorno y sé tú (sólo tú) quien autorice el paso a quien sea merecedor de tan magnífico privilegio.
Ojalá nunca sea demasiado tarde para disfrutar de tu gente, de tus padres.
Ojalá nunca se te haga tarde para poder reconciliarte con Dios, para volver a acercarte a él, para alimentar tu alma y tu espíritu, para estar y vivir en paz.
Ojalá nunca se te haga tarde para vivir.