Editorial

Sánchez proclama que la democracia es él

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La esperada declaración del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cumplió con todos los parámetros propagandísticos posibles. Una emisión televisiva, leída, sin periodistas ni preguntas y a mayor gloria de sí mismo. Todo, para ratificar que continuará ejerciendo el poder al que dice no tener apego alguno, con la agravante de anunciar un periodo de combate abierto, y eso en la mano que maneja el legislativo es nitroglicerina, contra quien ose a criticarle. Es lo que rezuma toda la maniobra presidencial. Sánchez no quiere acudir a los tribunales a querellarse contra quienes, según él, infectan la verdad. Eso sería creer en la división de poderes, y no. El presidente quiere proclamar que todos sus rivales o incluso compañeros que no ofician el culto al líder son enemigos de la democracia que deben ser enfrentados por principio. Porque lo dice el presidente.

No se recuerda en democracia un acto de narcisismo como el ofrecido por el jefe del Ejecutivo. Él, que pasará a la historia por haber dinamitado los cimientos de los principios constitucionales de igualdad entre españoles, se arroga la encarnación de la democracia. Le faltó concretar las palabras, pero el mensaje se traduce en 'la democracia soy yo'. En consecuencia, arenga a la ciudadanía a tomar las calles para proporcionarle abrigo social, sobre todo después de ver cómo la llamada a las masas para marchar sobre Madrid e implorar su continuidad quedó reducida a la ocupación de los autobuses de la militancia más profesionalizada.

Amenaza, además, con adoptar medidas extraordinarias, con cambios de rumbo (sí, más) y con limpiezas que evocan un lenguaje 'guerracivilista' inflamable y peligroso. Porque el de ayer fue el discurso del oxímoron. Quien llama a la defensa de las libertades no puede hacerlo poniendo el foco sobre la independencia de los jueces y sobre los medios -sobre todo- que no le aplauden la sistemática traición a la palabra dada a los españoles. He ahí otro problema: Sánchez no ha entendido nunca que es el presidente de todos los españoles y no sólo de sus adeptos, pero tampoco ha tenido problema en aferrarse a la mayoría parlamentaria para gobernar tras perder las elecciones, o incluso en entender como propios los votos de EH Bildu y el PNV en el País Vasco. El discurso es, en definitiva, la materialización del espíritu de la contradicción. 

También el pornográfico manoseo de las instituciones que ha sido la constante de sus mandatos irá a más. Así lo prologó ayer al pretender intimidar con puntos y aparte que levanten unos cuantos metros más el muro desde el que entiende el ejercicio del poder. A un lado quienes aplauden al líder o a sus socios. Al otro, el resto del mundo. Basta ver cómo ha instrumentalizado RTVE o el propio CIS a beneficio propio durante su impasse asceta. Para no dejarse nada en el camino, Sánchez ha proyectado una imagen lamentable en el exterior. En el interior, la consigna es aún más clara. Las libertades nucleares inherentes a cualquier sistema sano estaban siendo cuestionadas por el presidente del Gobierno y sus corifeos. Ahora pasan a estar directamente amenazadas.