Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


‘Smoke’

10/05/2024

La semana pasada, como sin duda sabrán, moría a los 77 años el escritor norteamericano Paul Auster. Un cáncer de pulmón nos arrebataba al autor La Trilogía de Nueva York, El palacio de la luna y tantos otros libros inolvidables. Como ocurre con otros escritores célebres (pensemos en García Márquez), lo mejor de su obra había quedado escrito cuando el autor todavía era relativamente joven. Aún así, nunca sabremos si las teclas de su máquina de escribir atesoraban una última novela memorable. Lo que hemos conocido de estos últimos meses de su vida ha sido a través de su esposa, la también novelista Siri Hustvedt, quien ha publicado en Instagram una especie de «Crónicas del Cáncer» para informar a los millones de lectores y admiradores sobre el estado su esposo. «Cancerlandia, ese país gris y aburrido donde nadie vive de verdad, tan solo espera -escribía Hustvedt el pasado agosto-. Todavía no hemos divisado el cartel que anuncia los límites de esta tierra». Por desgracia, en los últimos tiempos esa frontera se volvió tan lejana y difusa que el novelista no fue capaz de alcanzarla. Como el gran escritor que era, Auster fue un hombre libre en muchos aspectos, salvo quizás en su relación con el tabaco. ¿Tal vez quiso dejarlo y no pudo? Lo ignoro. Siempre lo he imaginado en su estudio de Brooklyn, delante de su cuaderno y su máquina de escribir, envuelto en una nube de humo de cigarrillos. Puede que se sintiera incapaz de escribir sin tabaco. A mí me ocurrió cuando dejé de fumar. Me sentía tan desdichado que pensaba que nunca podría volver a escribir, ni a quedar con amigos, ni a tomarme un café o una cerveza. Luego resultó que no, que todo eso era posible sin fumar. La nicotina no te vuelve mejor escritor. Tan solo te acorta la vida. Creo que no merece la pena. Aunque, claro, yo no soy Paul Auster.