No tener nada. Absolutamente nada. Salvo la ropa que se lleva puesta. Ni siquiera un techo que los resguarde del frío y de la lluvia que están por venir. Estamos a mediados de noviembre y duermen al raso. Sus únicas posesiones son unos cuantos cartones que les aíslan de las bajas temperaturas, también algo de plástico y, los más afortunados, colchones roídos y podridos que han encontrado en la basura.
No son pobres ni desgraciados, son simplemente personas, seres humanos que vienen a este país en busca de una vida mejor y a quienes ni la fortuna ni la suerte les ha sonreído. Y no se encuentran a cientos de kilómetros de nuestras casas, están aquí, abajo, en un descampado, en un parque, en una casa en ruinas... Están en Albacete y necesitan, más que nunca, de la solidaridad, la cooperación, el acompañamiento y la comprensión de sus vecinos.
Se calcula que alrededor de 80 inmigrantes, la gran mayoría subsaharianos, se encuentran hoy en día esparcidos por el extrarradio de la ciudad más grande de la región. Esperan que llegue la temporada de la aceituna para desplazarse a Jaén, o la recolección de fruta en Murcia. Pero cuando todo esto acabe, volverán a la ciudad y seguirán igual: sin protección alguna y en pleno invierno. Continuarán siendo los parias de este mundo, los desheredados de la tierra. Seguirán siendo protagonista del lado más duro de la miseria, de la pobreza más extrema. Muchos saben de su existencia, de cómo malviven al lado de su barrio, pero lo fácil, lo sencillo, es ignorarlos, mirar para otro lado. Analizando su situación y sus necesidades, Cruz Roja Albacete no ha paralizado, ni tan siquiera en verano, la labor que desarrollan unos 60 voluntarios dentro de la Unidad de Emergencia Social (UES), que se enmarca en su amplio programa de lucha contra la exclusión social.
Una UES que se encarga de repartir comida a los inmigrantes que se encuentran en los asentamientos de los alrededores de la capital, aquellos que se instalan en viejas casas abandonadas y a los sin techo que duermen en cajeros, en bancos públicos o en plazas y rincones.
Una noche más. Desde el pasado verano y al detectar un incremento de la población inmigrante irregular en Albacete, Cruz Roja decidió ampliar un día más sus salidas nocturnas, de forma que se acerca hasta esta población todos los lunes, miércoles y viernes a la hora de la cena. Pero la jornada comienza a primeras horas de la tarde con la preparación de los alimentos que van a entregar. Bocadillos de atún con tomate -para evitar suspicacias entre la población inmigrante, la mayoría musulmana-, café con leche en termos, zumos, cajas de leche, manzanas, galletas o bollería como magdalenas, bollos...
Este es el menú principal, si bien ahora Cruz Roja se está planteando acercarles otros alimentos no perecederos de primera necesidad como arroz o pasta o aquellos que los propios usuarios les reclamen. Incluso, si así se detecta, reparten kits de higiene personal, mantas y sacos para mitigar, al menos, las bajas temperaturas de estas fechas..
La buena noticia ante este desolador panorama es la actitud del propio voluntariado. Nunca sobran, siempre faltan, pero los que son están dispuestos a regalar su tiempo libre a la comunidad más empobrecida sin esperar nada a cambio. Desde la junta local de Cruz Roja tratan de que todos colaboren en todo el proceso que conlleva el reparto y así un grupo se dedica a elaborar los bocadillos y el café con leche, mientras otro es el encargado de llevarlos hasta los inmigrantes.
Previamente y antes de ponerse manos a la obra, todos ellos asisten a un pequeño curso donde conocen la idiosincrasia de Cruz Roja y se les prepara para enfrentarse a la pobreza, para que muchos de ellos «puedan dormir al llegar a su casa».
Así lo explica María José Cantos Peñarrubia, voluntaria y coordinadora del proyecto de la UES, quien asegura que desde el verano pasado ha ido bajando el número de inmigrantes que pueblan los asentamientos irregulares de la ciudad, dado que se trata de una población «muy flotante» cuyo número siempre depende de las campañas agrícolas del campo. Esta misma semana, los voluntarios elaboraron 50 bocadillos frente al centenar que llegaron a hacer en los meses estivales, aunque se espera que ese medio centenar vaya en aumento conforme se vaya endureciendo el invierno, como consecuencia del parón que sufre el sector agrícola.
Para María José, si importante es la comida con la que alimentar a estas personas que no tienen acceso a nada, igual de significativo es la comunicación, la charla y la compañía que presta el voluntariado: «Nos dan más que recibimos», sentencia la coordinadora de este proyecto, quien destaca también la buena sintonía que tienen todos los voluntarios y el hecho de que se acerquen hasta la sede de Cruz Roja personas interesadas en este proyecto.
Además, en estas rondas nocturnas, Cruz Roja trata también de solventar los daños asociados a la pernoctación en la calle, entendiendo como tales problemas de salud o problemas legales y/o económicos, tratando de derivar al usuario al servicio que entiendan les puede apoyar.
Una noche más.
«Les falta de todo». Con esta frase ya se puede hacer una radiografía de lo que está pasando. Cruz Roja llega hasta donde puede, sin invadir la vida de los inmigrantes o indigentes, sin intentar descubrir el por qué han llegado hasta ahí, ni tampoco cuestionar las posibles soluciones a la pobreza. Están para cubrir las necesidades más básicas de las personas y por eso se presentan ante ellas «con el máximo respeto y educación». Y a pesar de que ya más pobre no se puede ser, los subsaharianos muestran con los voluntarios su carácter más amable, son capaces de rechazar un bocadillo porque todavía les queda un pico de la noche anterior. Se les nota agradecidos, no muestran ansia, agonía ni avaricia. Cogen un vaso con café con leche o zumo y no piden más.
Suelen atender a subsaharianos, porque la población rumana tiene otras habilidades para subsistir, pero si lo piden «nosotros se lo llevamos». La noche termina por los cajeros, las plazas y los bancos donde duermen los transeúntes, los denominados sin techo, «unos 10 ó 12 nacionales», afirma Paco, un veterano voluntario de este programa que también vivió en primera persona el dormir en la calle. «Es muy duro, hay que vivirlo para entenderlo».
Para completar los días de la semana en los que no sale Cruz roja, Cáritas Diocesana se encarga, martes y jueves, de repartir café con leche, zumo o caldo caliente a los indigentes que se encuentran en la calle, mientras la Iglesia Evangelista centra su atención en los asentamientos de inmigrantes, donde acude todos los sábados.
Ante este panorama, Cruz Roja está detectando un aumento solidario entre los albaceteños, en forma de donativo o como voluntariado. Para Mª José Cantos, lo importante es que se conozca que existe «esa otra realidad» y que los privilegiados «no podemos ser indiferentes al dolor».