La reina que dio rango a la ciudad de Albacete

Sánchez Robles
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Isabel II comenzó a reinar a los 13 años, tras tomarse la decisión de adelantar la mayoría de edad después de haber cesado como regente Espartero

La Plaza de Isabel II está en el callejero albacetense por diferentes motivos y actuaciones de la citada reina, nacida en Madrid el 10 de octubre de 1830 y llamada la reina de los tristes destinos o la castiza. Fue hija de Fernando VII y de su sobrina María Cristina de Borbón con la que había contraído nupcias en lo que fue el cuarto matrimonio del monarca teniendo. La influencia de la reina en relación con Albacete se centra especialmente en un Decreto que firmó en 1862 por el que tras la creación de la provincia en 1833 le otorgó el rango de ciudad.

También es necesario destacar de la citada relación lo ocurrido en mayo de 1858 al anunciarse que Isabel II y un cortejo de unas cien personas, partiendo de Aranjuez, llegarían a Albacete, para permanecer el 24 de mayo. La intención posterior era recorrer la línea hasta Alicante,  donde estuvieron los días 25, 26 y 27, y, a continuación, y en un viaje por mar, llegar a Valencia. De aquí en tren hasta Alcudia de Crespins, y después en carruaje hasta Almansa, donde llegarían el 3 de junio. La vuelta a Madrid en tren, y la llegada a la capital el 4 de junio de 1858.

Isabel subió al trono antes de cumplir los tres años, poco después de que el rey promulgara la Pragmática por la que se restablecía el derecho sucesorio de Castilla, por el que podían acceder al trono las mujeres en caso de morir el rey sin descendientes varones. Como consecuencia de esta norma, Isabel II fue jurada como princesa de Asturias en 1833 y proclamada reina al morir su padre. Su tío Carlos María Isidro no reconoció la legitimidad de esta sucesión, reclamando su derecho al trono, lo que motivo la primera guerra carlista de 1833 a 1840.

Se dio la circunstancia de que hasta que Isabel II tuviera la mayoría de edad, la regencia recayó en su madre María Cristina, que dirigió la defensa de sus derechos dinásticos contra los partidarios de Carlos María Isidro.

Estos hechos marcaron el reinado de Isabel, teniendo en cuenta que los absolutistas se agruparon en torno a los derechos dinásticos del infante Carlos, lo que provocó las mencionadas guerras carlistas. Los ejércitos de Espartero lograron imponerse a los carlistas en las sangrientas contiendas bélicas, hecho que fue una circunstancia favorable para la joven reina. Al ser apartada su madre de la Regencia y expulsada de España, desacreditada por su tormentosa relación con un amante, Fernando Muñoz, sargento de la Guardia Real, se nombró regente al general Espartero y después de tres años de dominio progresista fue derrocado en 1843 por un movimiento de moderados y progresistas descontentos para evitar una nueva Regencia.

Se decidió entonces adelantar la mayoría de edad de Isabel II a los 13 años que fue cuando comenzó su reinado personal, inclinando sus preferencias políticas hacia los moderados, lo que obligó a los progresistas a recurrir a la fuerza, a las algaradas y pronunciamientos para forzar un cambio y tener opción de gobernar.

La ignorancia de Isabel II, el no contar con un ambiente familiar adecuado como consecuencia de los devaneos amorosos de su madre, la ausencia de una educación adecuada y la falta de preparación política para dirigir los destinos del trono, al mismo tiempo que su insatisfacción sexual, fruto del matrimonio que le arreglaron a los 16 años con su primo Francisco de Asís generaron una situación complicada en la corte.

Los historiadores manifiestan así la situación: «Una sucesión de amantes adquirieron preponderancia sobre las decisiones de la Corona, de tal manera que la camarilla de confesores y consejeros aprovechaban los accesos religiosos de la reina para hacer sentir su influencia motivó un descrédito ante el pueblo y la opinión liberal de la institución».

El final de Isabel II se produjo tras el levantamiento de la Gloriosa encabezada por los generales Prim, Serrano y el almirante Topete que contó con fuerte apoyo popular, lo que supuso su salida al exilio de París, desde donde conspiró todo lo que pudo para que su hijo Alfonso XII recuperara el trono como sucedió en 1874.

Murió en el mes de abril de 1904. Benito Pérez Galdós describió de esta forma a la reina y su mandato: «Se juzgará su reinado con crítica severa, en él se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política, pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa».